viernes, 28 de diciembre de 2012

Viaje

Todos tenemos sensaciones, ya sean positivas, negativas e incluso, de otrás índoles, pero lo bien cierto e inquebrantable es que están allí esperando y, por norma general, todos experimentamos las emociones, si no del mismo modo, si que despertamos algunas de ellas de la misma manera.

Cuando nos asaltan en un callejón oscuro, por ejemplo, todos sentimos miedo, cuando perdemos un objeto preciado todos nos preocupamos y cuando es a alguien a quién perdemos todos nos ponemos tristes por su pérdida también, cada uno lo afronta a su manera, por supuesto, pero es innegable que todos lo sentimos.

Son curiosas las emociones, por como surgen, por como las afrontamos. Son curiosas porque a nadie le importan, pero todos nos preocupamos por ellas de un modo u otro y existen situaciones en las que se disparan corriendo como galgos persiguiendo a la libre en una carrera, de hecho, eso es más o menos lo que ocurre, cuando varias emociones salen a la vez todas chocan entre sí intentado demostrar cuál es la más fuerte de ellas y, para nosotros, el resultado no es más que las páginas de un libro contando cada una su historia según las vas leyendo, sólo que la historia se repite una y otra vez hasta que finalmente llegamos a nuestro estado de pasividad cotidiana.

Cuando salimos de viaje, algo extraño ocurre, pues prácticamente todas nuestras emociones se disparan al mismo tiempo y a lo largo de nuestra particular aventura cada emoción tiene su momento de protagonismo. ¿Quién no ha sentido la desesperación de olvidarse algo importante en el último momento?, ¿Quién no ha sentido miedo y a la vez emoción ante lo desconocido de nuestro destino?, y si es un lugar que ya hemos visitado con anterioridad, ¿Quién no ha sentido la nostalgia? La alegría, la tristeza, el pesar, todo se junta en el remolino para crear un torbellino que nos asalta sin descanso. llegando a dejarnos en un estado catatónico de confusión ante la vertiginosa lluvia de tan diferentes emociones. Sin embargo, lo mejor es aprovecharlas.

Aprovechar las emociones ahora que podemos, ¡Y pobre del desafortunado que no las sienta! Pues ya sea en menor o en mayor medida son tan reales y cotidianos como el tendero o el costurero del barrio. No las perdáis de vista, disfrutad tanto de las buenas como de las malas, porque aunque tengamos malas emociones, luego se convierten en buenas y nos dejan una sensación, que es la mayor de todas, la alegría y el orgullo de haberlas sobrepasado y, por supuesto, no tengáis miedo de los viajes o de aquellas situaciones que disparen miles de vuestras emociones, pues estás serán las experiencias de las que más aprenderéis.