Capítulo
3 La Inquilina
El cielo brillaba con
un próspero resplandor anaranjado que no veía en años. Hoy era un gran día, por
alguna razón hoy me sentía mejor que nunca. Estos días tan bellos suelen ser
raros en esta región, y en todo el mundo en general. La ciudad se rebuatizó con
el nombre de Bathalia, una adaptación del castellano que se hablaba hace ya
muchos años de la palabra “Batalla”.
Fue nombrado así porque Ankara, que es como se llamaba antes esta ciudad, fue
uno de los centros neurálgicos de la Tercerra Guerra Mundial. Ankara era la
capital de Turquía, ahora Bathalia es la capital de Sacramento, es así como
llamamos ahora a este país, algo que no es una novedad. Turquía sólo siguió los
pasos de otros muchos países que se cambiaron el nombre, bien por efectos de la
guerra o bien como método de olvido de los efectos causados por los grandes
desastres del 2012.
Actualmente, yo trabajo
para una iglesia, una de las muchas que hay en los tiempos de ahora. También
los efectos de la guerra y los desastres que asolaron al mundo afectaron mucho
a las creencias de la gente. Hay quiénes renegaron de su dios, otros afirman
que esos desastres fueron la causa de un aviso por parte de su deidad para
indicar que el final del mundo y de la raza humana estaba cerca. A veces me
inclino a pensar que estos últimos tienen razón. La situación del mundo es
crítica y se respira tal caos por el mundo que, sin duda alguna, un habitante
de antes del 2012 pensaría que efectivamente este es el fin del mundo. La
iglesia para la que yo trabajo es tradicional, es decir, creen en los valores
de la Biblia y propagan la palabra de Dios tal y como lo hacía antaño la ahora
disuelta, iglesia católica.
Yo no soy una persona
muy creyente. Si trabajo para la iglesia es sólo porque me pagan por ello, cosa
que ya es bastante en un mundo donde reina la pobreza. Al menos tengo para
vivir y tampoco tengo nadie con quien compartirlo.
Mi nombre es Midori
Pallmer y vivo la vida como puedo. Me críe en un orfanato y, si no fuese por mi
trabajo en la iglesia, no tendría donde ir. No tengo padres ni ningún tipo de
familia. Lo único que tengo es una habitación en el sótano de la iglesia.
Pero no me quejo, por
lo menos vivo, ayudo a la gente con sus problemas… No soy creyente, pero a
veces me gustaría creer. No obstante, en los tiempos que corren, incluso con la
ayuda que les ofrecemos, la gente no está por la labor de creer. Si supieran
que ya no hay grandes instituciones que nos financien como lo hacía antes la
iglesia católica... Muchas de las personas que están aquí hacen trabajo
adicional para poder mantener la iglesia, tejen ropa, hacen bollos, cuidan de
ganado y tienen su propio invernadero para cultivar. Trabajan día y noche y,
además, ayudan a otras personas sin esperar nada a cambio.
Cada vez veo cosas más
horribles en el mundo pero, cuando les miro a ellos, me dan fuerzas para
seguir. Ellos son la cura de la enfermedad de este mundo, donde lo natural es
morirse de hambre o pobreza.
Tampoco se vive tan mal
en el sótano de la iglesia, es un poco pequeño, pero se vive bien. Tengo
ordenador propio, conexión a internet, un auténtico símbolo de riqueza donde
los haya. Es muy difícil hasta tener una simple conexión a internet, ya que los
medios están muy controlados por la regia mano del gobierno y más estando en
guerra fría. Las comunicaciones están hoy en día muy controladas, no puedes ni
respirar sin que alguien de arriba lo sepa. Es hasta cierto punto lógico que
exista este bloqueo de comunicación con la tensión que se respira en todo el
mundo ante la pasada guerra que aún hoy en día continua de forma silenciosa,
pero no por ello menos brutal y espantosa. La gente sigue muriendo igual, sólo
que se esconde la repercusión que tienen estas muertes. Cuando la guerra pasa
de ser más que una simple cuestión de sangre y balas y se convierte en una
partida de ajedrez metódica y calculada al milímetro en cada movimiento y la
sangre de los caídos se drena. Creo que esta es la definición de guerra fría.
Este es el desolado
mundo en el que vivo. Algunos lo llaman infierno, otros lo llaman caos y,
finalmente, hay quién lo llama “Tierra”. Un lugar donde la gente vive como
puede, aunque por lo que sé de la historia de este planeta… Siempre ha sido así
y siempre será así. Las personas nunca cambian, parece que es sólo el mundo el
que cambia, las ciudades, el entorno, pero nunca las personas. Siempre habrá
gente bondadosa que ayude a los demás como la gente de esta iglesia, y gente
que sólo buscará el beneficio propio… Pero parece que los últimos son los que
más proliferan y, cuando peor está la situación, más canallas hay.
Realizo mi tarea de
todos los días, limpio la capilla, friego el suelo, recojo las hojas secas de
los árboles en las raras ocasiones que las hay, ayudo a tejer prendas, horneo
bollos y pan para el desayuno… En fin, todo lo imaginable, tengo que madrugar
mucho y en ocasiones me quedo hasta la noche. Es una vida bastante dura, pero
también muy apacible y si sabes llevarla, es incluso agradable, un tanto
monótona, pero agradable.
Cuando termino mi
jornada de trabajo siempre suelo quedarme un ratito más contemplando el fuego
de la chimenea viendo el crepitar del fuego al hacer contacto con la madera, es
una escena que siempre me relaja. Después me tomó un vaso de leche, un bien
escaso en los tiempos que corren, pero necesario. Después bajo un rato a mi
cuarto y leo un poco hasta que finalmente me entra el sueño, apago la luz y me
dejo llevar por el sueño.
Pero aquella noche algo
interrumpió mi plácido sueño, un fuerte estruendo metálico, como un arma de
filo chocando contra una pared. Me levanté rápidamente, a lo mejor era sólo un
sueño. Eso era lo que quería creer. Subí precipitadamente las escaleras
procurando hacer el menor ruido posible. Miré con cautela por el borde de las
escaleras que daban a la capilla. Aunque no podía verlo, alguien estaba tirando
jarrones y demás abalorios contra el suelo. El sonido característico de la
porcelana cayendo al suelo así lo delataba.
El terror se apoderó de
mi cuerpo, traté de asomarme un poco más, mirando continuamente detrás de mí
con la paranoia de hacer ruido, aunque en realidad, no sabía muy bien que era
lo que hacía, perdí el control y me choqué con uno de los bancos de la capilla.
Tuve suerte, el sonido de los trastos que aquellos brutos estaban tirando al
suelo tapó el sonido que provocó mi choque y no me habían visto, aunque eso no
disminuyó para nada el terror que sentía en aquel instante. No podía evitar esa
presión mortal, el corazón a punto de estallar y el sudor recorriendo mi frente.
La indescriptible sensación que se tiene cuando intuyes que tú final está
próximo y que no puedes hacer nada por evitarlo.
Los hombres siguieron
saqueando las arcas de la iglesia y tratando violentamente todo objeto que
tocaban con sus sucias manos. Valiosos griales desparramados por el suelo y
cara porcelana rota sobre el suelo como si no tuviese ningún valor. ¿Por qué me
fijaba más en esas cosas que en buscar una salida? Tal vez porque sabía que no
la había.
En la entrada principal
permanecía un hombre fornido contemplando con una maliciosa sonrisa en su
rostro como el resto de sus compañeros saqueaban y se burlaban de la iglesia
tirando todos sus obsequios de valor como si fuesen vulgares baratijas.
Mientras observaba la
escena sentí una fuerza inmensa por la espalda. Traté de moverme, pero era
inútil, la fuerza con la que me apretaban era muy superior a la mía.
-¡He encontrado el
premio gordo, jefe! –Dijo entre risas el hombre que me sujetaba. -¡Se retuerce
mucho está zorrilla!
Su presión se aflojaba
poco a poco, casi empecé a sentir que podría liberarme. Yo sólo pensaba en
salir de allí, forcejeaba sin ningún sentido pero el sentir que los brazos del
hombre que me agarraban estaban más débiles sentí de nuevo la esperanza en mí.
Hasta que un segundo hombre se acercó y golpeó mi cabeza. Todo se volvió negro.
Desperté en un coche
con verjas delante, ni siquiera era capaz de ver al conductor. Traté de abrir
las puertas que, obviamente, estaban cerradas. Me sentí estúpida de tan sólo
intentarlo que una rabia impotente me embargó. Me había dejado capturar, y no
había hecho nada para evitarlo. Comencé a golpear furiosa toda la parte de
atrás del coche, en un vano intento de salir de mi cautiverio. Pero todo era
inútil, rompí a llorar al darme cuenta de mi desesperada situación, siguiendo
dando inútiles y desesperados golpes en busca de algo que sabía que no iba a
encontrar. Me había dejado atrapar, esa era la realidad. Había sido débil, juré
que nunca volvería a dejar que nadie me atrapase, a no cometer los errores del
pasado. Pero al final, me deje llevar por la estúpida convicción de que nunca
más me pasaría nada malo, muy estúpida esa convicción aún más en los tiempos
que corren. Todos estos pensamientos me golpeaban incluso más duro de lo que yo
golpeaba al coche, sólo me hacían sentirme aún más impotente ante mi situación.
Nunca me tendría que haber confiado, nunca tendría que haber creído que podía
ser feliz en este mundo sólo dejándome llevar. Olvide la convicción de mi
pasado. Reviví aquel aciago día cuando mataron a mis padres para comérselos
vivos, mi hermano pequeño y yo huyendo por el túnel que nos prepararon nuestros
padres, como algunos de esos hombres nos vieron salir del túnel y mi hermano y
yo corrimos desesperados con serias dificultades sobre la nieve, como mi
hermano se tropezó con una piedra que no vio oculta por la capa de nieve y se
torció el tobillo dejando de correr y, como gritó mi nombre mientras yo corrí
dejándole de lado y los hombres taparon su pequeño cuerpo hasta que su grito se
mitigó al llegar al bosque.
“¡Midori!”, “¡Midori!”…
Ese eco siempre se propagaba como un veneno todas las noches, no podía dejar de
escucharlo. En los días que vagaba por las calles sin alimento alguno, en los
días que me llevaron al orfanato y soportaba duros castigos día tras otro… No
importaba lo duro que fuese el castigo. No había castigo peor que aquella voz
endeble que atravesaba mi mente y mi corazón todas las noches gritando mi
nombre. Por eso decidí hacerme fuerte y no dejar que algo así volviese a
ocurrir, le prometí a aquella voz que sólo la oiría a ella y no habría más
voces en mi mente que la suya, para recordar el dolor que pasé y, que nadie más
volvería a pasar por un dolor semejante.
Hasta que los monjes y
monjas de la iglesia me adoptaron y me hicieron sentir que mi vida tenía sentido.
A medida que más trabajaba para ellos, a medida que me transmitían sus
enseñanzas y veía como trataban a la gente, fui olvidando mi propósito. La voz
de mi mente se fue apagando poco a poco con el transcurso del tiempo hasta que,
finalmente, se apagó del todo y con ello, mi deseo de volverme fuerte. Pensé
que bastaría con ser una persona sencilla. Pero nada es suficiente cuando cada
esquina es un hervidero de muerte, donde no puedes dar ni un solo paso sin
volverte atrás… No. Jamás tenía que haberme confiado.
-¡Estate quieta ya,
estúpida zorra! –Gritó alterado el conductor. –¡Me estás poniendo de los
nervios!
-¿Dónde estamos?
–Pregunté desesperada.
-¡Cállate! –Respondió
el hombre violentamente. –¡Si no te calmas ahora iré yo a calmarte!, y créeme,
¡No te gustará!
Pensé en seguir
insistiendo, ¿Pero de que serviría?, sólo conseguiría que me matasen antes de
tiempo, en realidad me daba igual. Simplemente había comprendido que por más
que gritase, no iba a ser capaz de hacer nada, como siempre.
-Por cierto. –Dijo el
conductor en un repentino tono amable. –Puedes mirar por la ventana de atrás si
quieres, si no me equivoco, encontrarás un agradable paisaje.
No sé porque, pero hice
caso a su sugerencia. Me encontré con un edificio en llamas a lo lejos, ya casi
desapareciendo del horizonte. Entonces reconocí el lugar, no debíamos de estar
lejos aún de la iglesia.
-¡Bastardos! –Grité con
toda mi furia mientras las lágrimas recorrían mi rostro cuando comprendí que el
edificio en llamas era la iglesia y el hombre reía como si le hubiesen contado
el mejor chiste del mundo.
-Bonitas vistas,
¿Verdad? –Se burló siguiendo con su carcajada triunfal.
Seguimos un trayecto
que parecía no tener fin, incluso llegó la noche sin que hubiésemos parado. La
sed y el hambre empezaron sus apuestas para ver cuál de los dos iba a darme más
problemas. Sed ganó llevaba por mucho la cabeza a hambre, pero hambre decidió
no darse por vencida. Al final ganó sed, pero hambre quedó en un más que
respetable segundo puesto seguido de un rival inesperado: necesidades
biológicas.
Por fortuna, parece que
la carrera entre estos tres por fin acabaría. Llegamos a nuestro destino. El
conductor abrió la puerta. Llevaba una máscara, así que no le pude ver el
rostro.
Nos encontrábamos en un
campamento dentro del bosque, rodeados por una cálida fogata y la luz de las
estrellas que se colaba por el claro en el que se establecía el campamento.
Había otros tres hombres además del conductor que me llevó allí, todos
enmascarados y armados con rifles y al menos una pistola enfundada en el
cinturón con un cuchillo militar en el lado opuesto. También estaban equipados
con armadura de kevlar. Daba la sensación de que estaban más preparados para
una guerra que para un campamento. A lo lejos en el horizonte, asomaba un edificio
que sobrepasaba por mucho a las copas de los árboles. Por como miraba el
conductor en dirección a aquel edificio, sospecho que es allí donde nos
dirigimos. La construcción parecía ser una especie de refinería petrolífera,
pero aún se asomaba muy tímidamente entre los árboles y a duras penas podía
verse.
El día ya estaba
oscureciendo, así que aquellos hombres prepararon un campamento para pasar la
noche en el bosque. A mí me dejaron sola atada a un árbol. Bueno, no
exactamente. Dejaron a un simpático señor con cara de no tener ganas de estar
fuera pasando frío como lo pasaba estaba pasando yo, por su boca salían
bocanadas de vaho y le tiritaba todo el cuerpo. Su mirada desafiante se cruzaba
constantemente con la mía.
-¿Qué demonios miras?
–Gritó temblando, no sé si por efecto del frío o por puro nerviosismo. –Si no
dejas de mirarme, te rajo. –Sentenció con algo más de decisión sacando una
navaja así que, traté de dejar de mirarle todo lo posible.
Cada vez hacía más frío
y las horas pasaban lentas como el reptar de una lombriz en un aciago día de
verano. Sentía tanto frío, que hasta mis ideas se congelaban a medida que se
congelaba mi cuerpo vestido por el único abrigo que me brindaba un harapo
consecuencia del violento enfrentamiento entre los secuestradores y yo. Lo que
antes era un hermoso vestido azul claro, ahora no era más que un trozo de tela
raído y tan sucio que había sustituido su azul claro por un marrón blanquezino
apagado. En fin, supongo que mi mente se quedó en blanco, sólo podía pensar en lo
cálida que sería aquella noche en la ciudad. Un pensamiento estúpido teniendo
en cuenta todo lo que había pasado, deseé borrarlo de mi mente, pero no podía.
Tan sólo tenía la imagen de la ciudad y las estrellas brillando en el cielo y
yo observándolas, como siempre hacía, en el campanario de la iglesia mientras
todos los demás dormían, de pronto me di cuenta de que nunca más podría mirar
las estrellas y ver el mismo cielo que veía antes.
Mientras estas vacías
ideas se refugiaban en mi mente como una plaga en expansión, algunos hombres
salieron riendo de sus tiendas, con una risa y copas de alcohol en su mano. De
pronto, mis inútiles e ilusas ideas abandonaron mi mente, dando paso al terror
más profundo, pude leer algo en aquellas miradas, algo que sabía que no me iba
a gustar.
Un par de ellos se
acercaron y uno hasta se atrevió a rozarme con su sucia mano la piel de la
cara.
-¡Tenías razón, Mike!,
¡Está zorra está muy buena! –Exclamó emocionado.
Le mordí un dedo de su
mano y mientras se retorcía de dolor, grité:
-¡Socorro!, ¡Socorro!
Un segundo hombre me
agarró y me tapó la boca con su mano mientras me revolvía desesperadamente
tratando de liberarme de mis ataduras.
-No te esfuerces, niña.
–Dijo el hombre con una risa siniestra mientras me rasgaba el lateral izquierdo
de mi cara. El hombre se acercó y lamió la sangre que corría por mi mejilla.
–Nadie te oye, no puedes huir y estás sola, no tienes a nadie. ¡Así que grita
para mí si quieres, puta! –Concluyó en una macabra risotada que los demás
siguieron a coro
El mismo hombre de la
navaja rasgó mi vestido y comenzó a tocar mi cuerpo de forma vasta, sintiendo
como su calidez me ponía el vello como escarpías. Movía la cabeza hacia un
lado, hacia otro, provocando graves rozaduras en mis muñecas en un intento desesperado
por liberarme, desesperado e inútil. Sólo me limité a sollozar mientras otros
dos hombres se unieron tocar mi cuerpo como si se tratase de cualquier
baratija, explorando sus recovecos, indagando en sus profundidades…
Sencillamente era indescriptible, su forma de tocarme no era para nada lasciva.
El hombre que me amenazó con la navaja introdujo su mano en mi vagina de la
forma más ruda que pudo, me hizo mucho daño, pero aún más daño me hizo lo
siguiente que me introdujo. No era la primera vez que me introducían uno de
esos, salvo que las anteriores fueron de forma consentida y por mero placer.
Aquella era la más enorme que había visto, además de gorda, así que desgarró mi
vagina al meterla de forma precipitada. Mientras sus compañeros mantenían
entretenidas sus lenguas en mis pezones y agarrando mis firmes senos, empezaron
a morder tanto mis senos como mis pezones, provocándome aún más daño.
Lo único que puede
hacer mientras se cambiaban el turno el uno al otro para meter su asquerosa
polla dentro de mí, era aguantar estoicamente el dolor, no darles la
satisfacción de verme sufrir, estar totalmente impasible. Sólo algunas pequeñas
lágrimas se derramaron bañando mis mejillas, pero retuve la gran mayoría de
ellas con el mismo objetivo de no darles a esos cerdos lo que realmente querían
de mí. Verme sufrir.
Para terminar, tuvieron
la brillante idea de sujetar mi mandíbula para que no pudiese cerrar la boca y
así obligarme a tragar sus fluidos, uno detrás de otro, para todavía más
humillación mía, alguno incluso se atrevió a descargar su orina.
Tal vez todo esto era
cruel, pero era nimio en comparación con el sufrimiento que me he visto
obligada a ver algunas veces, con el sufrimiento que pasé cuando era pequeña. Y
sí, no podía evitar sentirme desgraciada, humillada… Pero aún tengo que
consolarme pensando que podría haber sido todavía peor, de hecho, casi entra en
la escala de lo menos cruel que he visto de lo que me ha tocado vivir. Así es
el mundo donde vivimos, cosas como estas son tan frecuentes que ya ni siquiera
resulta raro, es el pan nuestro de cada día.
Al amanecer del
siguiente día, un muchacho salió de su tienda de campaña con una sábana tejida
a modo de blusa. Me la tiro encima.
-Póntela. –Dijo, aunque
no en tono amenazador como los demás hombres, si no como un favor.
-No puedo. Estoy atada.
–Respondí con sencillez, pude comprobar que el joven muchacho se impresionó
bastante al escuchar mi tono sosegado de voz, ¿De qué me servía estar nerviosa?
Simplemente había
aceptado mi situación, de nada serviría perder la calma o gritar. Aunque fuese
con la intención de atemorizarme, el hombre de la navaja tenía razón: Estaba
sola, sin nadie, sin ayuda… Cuando antes lo aceptase, menos duro sería el final
¿Qué importaba si cogía un harapo tejido por un muchacho que seguramente se
sentía mal por los actos de sus compañeros a los que no se vio capacitado de
parar?, si hubiese intentado algo estaría atado junto a mí o peor: Muerto.
Finalmente, el chico se
decidió a liberarme de mis ataduras sin dejar de apuntarme con su pistola.
Supongo que para alguien experto habría sido fácil apoderarse del arma del
chico y escapar, pero en el fondo estaba tan asustada como él aunque no lo
expresase, y no me quedaban fuerzas para hacerme la heroína así que, le deje
hacer. Incluso se dio confianza a sí mismo ayudándome a ponerme aquella túnica,
o blusa o lo que dios quisiera que fuese. Hecho esto, el joven, que debía tener
una edad aproximada a la mía, entre veintiuno y veintitrés años, sonrío y se
marchó directo a la tienda de campaña sin mediar más palabra. Pareció sentirse
algo más a gusto consigo mismo.
Poco después de
aquello, los demás hombres salieron de sus respectivas tiendas de campaña.
Pensé que me dirían algo por el improvisado vestido que me dio el chico, pero
nadie dijo nada. Simplemente se limitaron a desatarme del árbol y a ponerme en
pie con un tirón a la cuerda, como si de un vulgar perro se tratase, por
supuesto, cedí sin hacer mucho esfuerzo.
Mis sospechas hacia el
destino final se vieron confirmadas. El camino parecía interminable, pasando
por innumerables arboledas y terreno embarrado pero, finalmente acabamos en
aquella gigantesca refinería petrolífera.
La estructura estaba
protegida por un muro altísimo que parecía infranqueable, torres de vigilancia
en las esquinas y zonas que potencialmente podían ser débiles del muro. Y
cuando nos abrieron el portón, me encontré con un patio de desproporcionado
tamaño infectado por guardias con perros que olisqueaban el suelo sin descanso
alguno y haciendo rechinar sus dientes en clara señal hostil.
El ambiente estaba
cargado, con un débil olor a azufre y un calor insoportable, casi como una
descripción gráfica del infierno. Al menos yo tenía claro que los demonios ya
estaban allí y supongo que aquellos faros enormes en las torres de vigilancia
era una forma de simular las llamas.
Entramos en la torre
principal por la puerta grande, un gran portón de hierro que logró
impresionarme y conseguir que abriese la boca de asombro a pesar de mi
situación. Dentro subimos una cantidad de peldaños que parecía interminable,
además en forma de caracol para hacerlo aún más angustioso, por no decir que el
lugar era de lo más siniestro. Iluminación tenue y paredes rocosas, frías y
sombrías que daban lugar a un inconfundible ambiente tétrico que hacía palpitar
mi corazón hasta el punto máximo del índice cardíaco. Ni siquiera era capaz de
recordar donde había aprendido palabras como “Índice Cardíaco”. Creo que la
única emoción que me quedaba era adivinar cuánto tiempo de vida me quedaba,
¿Meses?, ¿Días?, ¿Minutos?, ¿Segundos?... Cuanto menos tiempo me quedase mejor.
No había sido lo bastante fuerte y debía asumirlo. Me juré a mi misma que nunca
dejaría que ocurriese una situación como la que pasó con mi familia y no lo he
conseguido, ni siquiera he conseguido protegerme a mí misma, ¿Cómo voy a
proteger a los demás?
Cuando llegué arriba me
ataron a una silla, o mejor dicho, me encadenaron. Todos los hombres se
marcharon, pero sólo uno, especialmente horrible, con la cara demacrada y un
ojo en blanco se quedó. Estaba gordo y sudaba, tenía una gran calva en la
coronilla y el resto del pelo, el poco que le quedaba, le rodeaba el cráneo
como una corona, una sucia corona repleta de caspa y sudor. Lo menos parecido a
una imagen regia que he visto en mi corta vida de veintitrés años, desde luego.
-¿Vas a matarme? –Le
pregunté sin más rodeos.
-No puedo hacerlo,
preciosa. Además sería un desperdicio acabar tan pronto con alguien tan
hermosa, ¿No?
Temí lo peor, y al
comenzar por recorrer mi cuerpo aquel sudor frío del miedo, el gordo cabrón
sonrió como afirmando mis temores. Prefiero no entrar en detalles, pero aquel
hombre aprovechó la situación para violarme nuevamente y, al igual que los
otros no fue menos considerado. Me pegó, escupió, insultó, pero ya daba todo
igual. Pronto acabaría todo… Pronto.
Cuando el hombre
terminó y se marchó dejándome sola, cerró la puerta y me dejó allí atada, con
la luz de sol entrando por las vidrieras. Aunque pareciese estúpido, agradecía
que fuesen tan hermosas, adornadas por dibujos de animales que seguramente
existieron en un tiempo no muy lejano, antes de que el mundo fuese un completo
caos. Criaturas que se vieron perjudicadas y erradicadas por las egoístas
acciones de otros seres vivos que sólo saben mirar para sí mismos, que siempre
lo han hecho y siempre lo harán: El hombre.
Pasaron minutos, horas
tal vez, el baño de luz que entraba por las vidrieras se iba apagando
lentamente dejando un colorido muy vivo. Por alguna razón, comenzaron a haber
ruidos por fuera, al principio comenzaron como un leve susurro como cuando
abren el telón en una obra musical y suena la música de introducción a la obra
y que presenta a los personajes. Una melodía suave para despertar el oído y,
poco a poco, a medida que avanza la obra, el sonido va “In Crescendo” creciendo y haciéndose más notorio a medida que
avanza la obra. Cada vez más y más fuerte. La obra llegó a su intermedió, la
música paró un momento.
Pero luego los
estruendos volvieron más fuerte que nunca, era la parte interesante de la obra,
la gran batalla final. El sonido volvió a disminuir drásticamente, el final
estaba muy cerca. La puerta se abrió con extremada lentitud y cautela.
Dos hombres aparecieron
como venidos de la nada y, sólo con verles supe que no se trataba de los mismos
hombres que me retenían, ellos habían producido todo aquel revuelo. Uno de
ellos era bajito y el otro alto, pero no podía verles la cara debido a su
capucha. Llevaban un extraño uniforme negro, como una especie de túnica que por
dentro llevaba una armadura, adornada con un símbolo que representaba una cruz
simétrica dentro de un círculo. Ambos armados con cuchillos y espada corta y
una mirada amenazadora que también podría considerarse un arma. No sé muy bien
el porqué, pero comencé a llorar. Hasta hace un momento pensé que me daba igual
morir, pero ahora la idea me aterraba. Me aferré a la vida como pude.
-¡Ayúdenme! –Supliqué
entre sollozos.
No podía entender bien
lo que pasaba, pero los dos hombres parecían estar discutiendo algo, aún así
hablaban cuchicheando y no se entendía nada, salvo una voz que rompió que
surgió en medio del cuchicheo, ensordecedora, y que me llenó de terror.
-¡Hazlo! –Retumbó
cargada de furia.
Justo en ese instante,
la figura más pequeña se abalanzó sobre mí con extrema rapidez, casi sin verlo
venir. Sólo durante un instante crucé mi mirada con la suya, una mirada que
reflejaba un profundo odio, una mirada asesina. Supe que iba a morir, lo supe y
por más que lo intentaba, no era capaz de dejar de llorar, de suplicar
clemencia con mis ojos, porque no estaba dispuesta a morir, no estaba
preparada… No, quería hacerme fuerte, ¡Maldita sea!
Cerré los ojos y todo
se volvió confuso de forma tan súbita que incluso pensé que aquello era estar
muerta. El tiempo parecía haberse congelado, el asesino estaba encima de mí, yo
en el suelo y, de alguna manera, no sé muy bien como pude abrir los ojos. No
sentía dolor, no sentía nada a excepción de los desorbitados latidos de mi
corazón y mi respiración entrecortada… Aunque, también sentía la rápida exhalación
de aire que aquel hombre producía. Su mirada había perdido su anterior fiereza.
El tampoco podía comprender que había pasado, su mirada tenía una expresión
totalmente distinta, como perdida y… Dolorida. Cogió su cuchillo, clavado justo
al lado de mi mejilla… Yo aún estaba atada a la silla así que no podía hacer
nada salvo observar. Pude verle el rostro a aquel hombre, de tez morena,
intensos ojos marrones y el pelo corto y rizado formando hermosos bucles, nariz
larga y estrecha, con cierto toque romano. Aún en aquella situación, por alguna
razón me resultó atractivo. Que absurdo…
Finalmente, tras
recoger el cuchillo se levantó y miró anonadado a su compañero, aún intentando
comprender la razón de porque no pudo llevar a cabo su misión… Al compañero no
pareció agradarle mucho el error del asesino.
-¿Pero qué demonios te
pasa? –Exclamó sorprendido. -¡Lo has hecho miles de veces, santo Dios!
–Prosiguió. –Está bien. Lo haré yo.
El segundo hombre se
acercó como un rayo y se abalanzó contra mí. Su compañero siguió en
ensimismado, como si hubiese perdido consciencia. Aquel segundo hombre no iba a
dudar. Iba a matarme sin dudar, su brazo ya estaba cayendo cuchillo en mano
cuando, de repente, paró en seco y, ante más confusión, fue su sangre y no la
mía la que se derramó, cayendo sobre mi cuerpo y mi rostro. Cada vez entendía
menos lo que pasaba. El primer asesino mató al segundo. Su mirada había
recuperado la decisión.
No podía entender nada
de lo que acababa de pasar, pero decidí no cuestionármelo. Aquel hombre me salvó
de una muerte segura aquella tarde. Me liberó de mis cadenas y tendió la mano
hacía mí.
-Si quieres vivir ven
conmigo. –Dijo.
Estaba aturdida,
confusa, perdida… ¿Pero qué otra opción tenía?, si me quedaba sí que era seguro
que iba a morir y ese hombre me salvó de la muerte… Intentó matarme pero al
final me salvó. No sé porque lo haría pero supongo que, ya que lo había hecho,
decidió que terminaría con lo que había empezado. Sí había impedido mi muerte
de nada serviría si luego me dejaba morir a manos de los mercenarios.
Agarré su mano con
firmeza y le seguí sin vacilación. Pero antes, el hombre inspeccionó el cuerpo
inerte de su compañero en busca de algo. Cuando lo encontró me volvió a agarrar
y, sin más dilación, rompió el ventanal de la derecha.
-Esos idiotas están
buscándonos por el patio. Será mejor que te subas a mi espalda, porque si no lo
haces morirás.
Simplemente seguí sus
instrucciones sin mediar palabra, ya que bastante confuso era todo como para
discutir, y más con un hombre que podría matarme sin esfuerzo alguno. Así que
lo hice, me agarré tal y como dijo. Acto seguido saltamos por el ventanal.
-¡Si saltamos a esa
altura moriremos! –Exclamé angustiada.
Fui ignorada y el
hombre saltó sin vacilar. Que decir que la caída era de todo, menos bonita.
Cerré los ojos mientras mi corazón se empeñaba en salir a base de rápidos
golpetazos de mi pecho, tras unos segundos caí en la cuenta de que no estábamos
aplastados en el suelo. Abrí los ojos y casi me caigo de la impresión de ver
que estábamos flotando. Instintivamente me agarré más fuerte a la espalda del
hombre, que planeaba en ala delta. Algunos guardias nos vieron y comenzaron a
disparar indiscriminadamente, sin mucho acierto, gracias a dios. Estábamos
demasiado lejos de su alcance.
Aterrizamos forzosamente
en el bosque, con la fortuna de que fue un claro en donde fuimos a parar. El
hombre me agarró con fuerza, casi llevándome a rastras consigo. Para ser
alguien tan pequeño, incluso más bajito que yo, tenía una fuerza realmente
asombrosa.
-Date prisa, no tenemos
mucho tiempo. –Advirtió con cierto nerviosismo.
-¡No puedo andar bien!
–Grite desesperada.
El hombre hizo una
mueca que mostraba impaciencia, soltó lo que parecía una especie de carcasa
metálica que parecía pesar mucho. En los brazos, en las piernas, en el torso…
Todo en un instante, tan rápido que prácticamente no lo pude apreciar. Me subió
a su espalda y echó a correr con una velocidad asombrosa, como si ni siquiera
estuviese cargando con mi peso, hasta llegar al destino final: Su todoterreno.
Me depositó
descuidadamente en el asiento del copiloto. Decidí no quejarme, además, en lo
que llevaba de día, casi hasta podía considerarlo un buen trato. El coche
arrancó sin dar tiempo a acomodarse y comenzó a atravesar hileras de árboles a
toda velocidad, enseguida nos adentramos en la carretera y, casi de la misma
forma que nos adentramos, de la misma forma salimos.
-Será mejor no ir por
el camino principal, aunque no parece que nos sigan. –Comentó el hombre
despreocupado.
-Gra… Gracias por
salvarme.
El hombre respondió con
un gruñido incomprensible que traté de identificar como un “No es nada” o algo
así. De todas las cosas que he vivido, el día de hoy ha sido sin duda alguna,
el más extraño de toda mi vida. Pierdo mi trabajo, la gente que cuidaba de mí,
me secuestran, me violan, me intentan matar… Y uno de los hombres que me ha
intentado matar es el que me salva… Tenía ganas de llorar, pero me reí. Reí a
carcajada limpia.
El hombre no dijo nada,
ni siquiera miró atrás, pero por su conducta pude deducir que esto era también
muy extraño para él y seguí riendo, riendo por no llorar. Todo era tan
sumamente absurdo que no sabía cómo interpretarlo, de hecho, no estoy segura
aún de si podré interpretarlo algún día.
El hombre me llevó hasta
la ciudad, hasta uno de los pocos edificios de la ciudad de Bathalia que
realmente podría llamarse edificio, un hogar destacado entre hileras de
hormigón y acero que eran las habituales chabolas, lo que ahora podría llamarse
edificio. El hombre aparcó el coche allí, en aquella “lujosa mansión”, me ayudó
a bajar del coche.
-¿Puedes caminar? –Preguntó.
-Puedo andar… Sí. –Contesté
algo confusa, su amabilidad me resultaba extraña, no parecía el tipo de persona
que fuese amable.
No obstante, algo
extraño había también en su forma de actuar, como si estuviese decepcionado consigo
mismo, era difícil de explicar, pero no parecía su habitual forma de ser. Había
algo que le trastornaba.
-¿Seguro que podrás
subir las escaleras?
-Sí.
El hombre hizo un gesto
paciente y subió las escaleras hacia la puerta de su casa, entonces abrió la
puerta y pasó dejándola entreabierta para que pasase luego. Me costó un poco
subir las escaleras, pero finalmente conseguí llegar a la cima. No quería decirlo, pero mi mal estar físico
se debía sobre todo por el dolor que sufría en la entrepierna de haber sido
forzada, las demás heridas eran una mera insignificancia en comparación al
dolor que padecía en aquella zona, parecía que me hubiesen taladrado, aunque
bueno, en cierto modo, así fue.
Cuando llegamos el
hombre sacó un filete, y algo de verdura. Preparó una ensalada y dos filetes de
ternera, sacó agua de la nevera y sirvió la mesa sin mediar palabra. Sin
embargo había algo extraño, en la mesa donde estaba yo sentada sólo puso mis
platos y un vaso con agua y una jarra hasta arriba en la que podría encontrar
más agua. Él se quedó comiendo solo en su habitación. Cuando terminé de cenar
pasó un largo rato y aún no había salido, supongo que necesitaba tiempo para
pensar en lo que había pasado. Yo aún no sabía que pensar o que hacer, así que
llevé los platos sucios y la jarra a la cocina, volví al salón principal, justo
en la misma silla en la que estaba sentada mientras cenaba y esperé. Ignoro
cuanto tiempo pasó, se me hizo interminable y había perdido por completo la
noción del tiempo, ni siquiera me di cuenta de si era de noche o de día cuando
entramos en su casa, pero al final él salió. Me miró con ojos fríos, supuse que
había llegado la hora de irme.
-Escucha chica, tienes
dos opciones: Puedes irte. Si te vas te ayudaré a conseguir lo necesario para
huir ya que te estarán buscando, puedo prepararte una peluca, ropa nueva, lo
que haga falta. –De pronto hubo una pausa repentina.
-¿Y la otra opción? –Le
pregunté impaciente.
-Puedes quedarte aquí,
supongo. –Dejó caer perezosamente las palabras como si las tuviera atadas a la
lengua. –Al menos por el momento.
Y según dijo eso se
marchó de vuelta al dormitorio sin mediar más palabra, pero me alegró saber que
tenía un lugar donde quedarme ahora que no tenía a nadie y mucho menos a donde
ir. Decidí que al día siguiente le haría la cena para agradecerle el gesto.
Se levantó muy
temprano, creo que no se dio cuenta de que le vi salir. Parecía otro hombre
totalmente distinto, ataviado con una camisa blanca, unos pantalones formales y
un maletín. Así que ese hombre era la forma de encubrirse. Ya estaba totalmente
despejada y comenzaba a pensar con normalidad y sin duda alguna, era raro que
un mercenario como él se levantase temprano para matar a gente vestido con una
camisa. Tal vez por las mañanas era una persona normal y por las noches, un
asesino. Una forma perfecta de camuflarse de la sociedad.
No me había dado cuenta
aún de todo lo que había cambiado mi vida, pero parecía que el cambio iba a ser
bueno, por una vez pensé, ¿Y si este accidente me da aquello que he buscado
toda mi vida? Era extraño ser acogido por un hombre que había intentado
matarte, pero, ¿Qué otra opción tenía? Ninguna otra, no tenía más opción. Como
dijo él, si huía estarían buscándome y ya tenía claro que nunca sería lo
suficientemente fuerte como para plantar cara al futuro. Tal vez necesitaba a
alguien que me protegiese, que diese la cara por mí y tal vez lo había
encontrado.
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