martes, 20 de diciembre de 2011

No Soy Un Asesino - Capítulo 2 Vincent Dallas


Capítulo 2 Vincent Dallas

La misión me dejó mucho más agotado de lo que podía imaginar, apenas puede descansar, ni siquiera tuve tiempo de entregar mi informe a los Moradores de la Noche. El mundo se me derrumbaba a pedazos, mientras caminaba por las angostas y laberínticas calles de la antigua Ankara la luz anaranjada del cielo se iba abriendo paso. Según dicen, antes del desastre del 2012 el cielo era azul y sus habitantes las nubes blancas o grises, dependiendo de la temperatura. El cielo había sustituido su antiguo color azul claro por un naranja-azulado, aunque las nubes seguían siendo o bien blancas o bien grises.
Debido a la contaminación que dejó el holocausto y la tercera guerra mundial, era buena idea alejarse en temporadas de lluvia, o salir con un mono especial. Los residuos químicos de las industrias que fueron destruidas, una vez más, por gentileza del desastre de 2012 y la tercera guerra mundial habían provocado el fenómeno conocido como lluvia ácida. Nuestros campos se morían y quedaban no fértiles en lugar de poblarse de bellas flores, los pastos se morían al no poder comer la hierba del campo, antiguamente verde, actualmente yermo. Las cosechas debían hacerse en refugios e invernaderos debidamente habilitados para ello. En el caso de los animales era lo mismo, debían estar guarecidos para que su piel no se echase a perder. Esta crianza tan exhaustiva y dedicada proponía precios exageradamente altos en los campos, pero si no se pagaban te morías de hambre, así que ocasiones los mercaderes permitían trueques, es decir, cambiar algo de valor a cambio de comida, o algo que ellos necesitaran.
Al caminar por este mundo, me doy cuenta de que todo es artificial. El cielo, las cosechas, los animales, las personas… Edificios altos y portentosos ya no eran útiles en ciudades en las que se vivía con un sentimiento de miedo constante en el cuerpo. Al fin y al cabo, la guerra que comenzó en el año 2027 no terminó en el año 2050 como pone en los libros. Lo real es que la guerra continua, tal vez ya no saquen sus soldados al patio a jugar con sus tanques y aviones a hacer la guerra, tal vez ya no se vea sangre derramada por las calles, pero la guerra sigue en estado frío. La guerra empezó por lo de siempre, después del holocausto del 2012 el mundo cambió radicalmente y las grandes potencias del mundo habían perdido recursos e influencia así que, comenzaron a pelearse entre ellos para ver quién debía ser la máxima influencia y dirigir a los demás tal y como lo hacía Estados Unidos antaño. Ahora la gente ni siquiera se acordará de que su país se llamaba Estados Unidos. El mundo cambió, la distribución que conocíamos es ahora totalmente distinta y los dirigentes de los países decidieron poner nuevos nombres a los países con el fin de poder seguir adelante y olvidar el dolor del pasado. Eso fue un año antes de que estallase la guerra por el poder. Por aquél entonces, se hablaba de unidad entre los países.
Mucha gente murió, el mundo cambió aún más, algunos olvidaron hasta porque luchaban hasta que, finalmente, decidieron que mostrarían quién sería el más poderoso de una forma políticamente correcta. Mi opinión personal al respecto es que simplemente no querían perder más recursos de los que ya se habían perdido y rearmarse para volver a la guerra en cualquier momento, pero así ha permanecido hasta hoy en día y de momento, no parece haber ninguna solución ni siquiera remotamente cercana, creo que los dirigentes ya no saben ni porque era la guerra, pero tampoco les importa. Sacan provecho de ello.
Mis ojos se detienen por el camino a observar los refugios de hormigón y contrachapado que simulan un hogar, diminutos receptáculos de endeble seguridad y aún menor confort. Veo niños delgados con la cara chupada pidiendo limosna. Algunos llevan carteles escritos por sí mismos otros sólo acercan el vaso con la esperanza de que caiga una moneda dentro. Hay otros grupos que se reúnen en los callejones para esnifar pegamento y liar tabaco de pega que, por lo menos, cálculo que debe ser unas cinco veces más perjudicial que el tabaco normal, pero el tabaco “normal” es muy difícil de encontrar, ya que dejó de fabricarse después de 2012 y el poco que quedó fue guardado muy cuidadosamente por soldados y gente adinerada.
Mis pasos me llevan por el barrio rico. Incluso allí me encuentro con gente vestida con harapos reclamando caridad, supongo que pensarán que es más fácil que alguno de la nueva clase alta se apiade de ellos. Qué inútil esperanza, estos pobres ignorantes no saben que a los ricos sólo les interesa invertir su dinero a causas que les puedan producir más dinero si no, es sólo una pérdida.
Al fin llego a la comisaría. Lejos de tener un centro especializado de investigación, trabajo en una modesta comisaría, tal vez un poco más grande que una normal, con un par de habitáculos que simulan unos laboratorios con un pésimo instrumental. Mi trabajo como médico forense es muy duro, la falta de instrumental me obliga a agudizar mi ingenio y a ser práctico. Soy de los mejores sí, pero me cabrea mucho el hecho de que, algo que podría solucionarse con un simple análisis, se soluciona realizando múltiples tinciones o simulando la potencia y rapidez que tiene una máquina con complejas pruebas. A veces hasta resulta imposible poder cotejar una prueba o determinar ciertos hechos. Se hace lo que se puede con lo que se puede en una sociedad donde sólo sobrevive el más fuerte y donde la gente suele tomarse la justicia por su propia mano.
Nada más entrar por la puerta del que creo que es de los pocos edificios ordinarios que quedan en este mundo. La recepcionista me recibe con una sonrisa, observa mi identificación (No tengo placa) y sin despegarse de su sonrisa se levanta y me pide la tarjeta tendiendo la mano en un amable gesto.
-Buenos días Vincent. –Me saludó.
Por desgracia, ahora ya soy Vincent al cien por cien. Vincent Dallas es un tipo amable, gentil, humilde y un genio en su trabajo. Detallista, sincero, carismático, tímido y poco hablador, aunque siempre gentil, sagaz y trabajador… Me cansa mucho definir mi falsa personalidad, al fin y al cabo, es tan falsa como la de todos los demás.
-Buenos días Sarah, ¿Qué tal tú día? –Pregunté mientras pasaba por el pasador que sólo las tarjetas identificadoras como la mía o el código de las placas es capaz de abrir.
-Hoy está siendo un día muy aburrido Vincent, no ha pasado nada.
-¡Vaya!, Parece que no me perdí nada en mi día libre.
-Tienes los informes de ayer en la mesa.
-Gracias, eres un cielo. –La halagué con mi mejor sonrisa fingida. –Aunque me parece muy extraño que no haya nada… Tal y como están las cosas.
-Sí… es muy raro… -Asintió ella en un gesto distraído y preocupado. –Aunque bueno, eso también significa que por una vez hay algo de paz. Es gratificante.
Iba a subir ya las escaleras hacia el piso de arriba, la zona de despachos, despachos compartidos añado, ya que en una sola sala había por lo menos tres mesas de trabajo, nada de despachos personales, salvo el del capitán. Ya había puesto el pie en el primer escalón cuando la voz de Sarah me detuvo de nuevo.
-¡Espera Vincent!, Hay un chico ahí arriba, ¿Podrías hablar con él?
-¿Qué hace un niño aquí y por qué tengo que hablar con él? –Dije en tono amable a pesar de que internamente lo veía un total fastidio.
-Vino hace un rato y preguntó por el capitán Hyde.
-¿Por el capitán? –Según terminé la pregunta vi la luz. Sarah es de esas personas que se sienten mejor ayudando a los demás. Como si las buenas intenciones le sacasen a alguien del hoyo, porque eso era Sarah. Mucha buena intención y poca acción.
-Has dejado entrar al chico, ¿Verdad?, ya podías haber puesto una excusa mejor, que eso. Además, ¿Por qué he de encargarme yo de esto? –Finalicé dejando claro al fin mi desgana por el asunto.
-Pues porque eres una buena persona Vincent, y sé que lo harás bien. –Contestó ella con una amable sonrisa.
Si ella supiera… Pero supongo que no quedaba más remedio que ocuparse de ello. No es lo que Rekkie-Maru haría, pero ahora no soy Rekkie-Maru, soy Vincent Dallas. El tipo más hipócrita sobre la faz de la Tierra y lo que haría Vincent sería ocuparse del maldito crío, que decir que no me gustan para nada lo niños y cuando más pequeños son, más ruido hacen. Finalmente, subí las escaleras rezando para que no metiese mucho ruido.
Ignoro la razón de porque la gente se fía de mí para estas cosas, nadie parece notar que Vincent es sólo una farsa lo cual me lleva a pensar que, si nadie se da cuenta, o soy muy bueno o es que todos tienen su propia farsa y que sólo ponen esa cara amable y sonriente y te traen el café en el trabajo pero cuando se trata de la realidad son personas totalmente distintas. Mentir y parecer que llevas una vida normal y feliz parece la piedra angular de las relaciones humanas.
El niño estaba sentado tomando un zumo. Debía tener unos diez años, por lo que gracias al cielo, no sería especialmente ruidoso y más después de ver su rostro serio y lleno de melancolía mientras daba cortos y discretos sorbos a su brik que contenía zumo de manzana. En la mesa, había además un plato de plástico vació que contenía los restos de una tarta de chocolate con avellanas que el chico había dejado en el plato. El niño me dirigió una mirada fría y calculadora, como un cazador que observa a su presa instante antes de cazarla. Me imaginé que esa cara es la que ponía yo instantes antes de matar a alguien. Traté de borrar esos instantes de la mente y devolví la mirada al chico, entonces, sonreí.
-Hola.
El no reaccionó a mi saludo. Me senté a su lado y observé de nuevo el plato.
-¿Estaba buena la tarta? –Pregunté, por fin conseguí que al menos asintiera con la cabeza.
Comencé a sentirme impotente y hastiado. Relacionarme con la gente se me da muy mal, hago como los demás, pongo una sonrisa, asiento y hago mi trabajo sin causar mucho revuelo. Lo único que me diferencia es que me gusta pasar desapercibido, que nadie se fije en mí, por lo tanto, intentar lo contrario era algo muy dificultoso.
Eché una mirada por la ventana cuyas persianas estaban abiertas dejando entrever las calles. Irregulares caminos de asfalto llenos de grietas en los que la gente se moría de hambre. Desde aquí se podía tener una definición muy buena de una actual calle. Tan sólo un trozo de asfalto en el que morir o bien pasar de largo sin hacer nada viendo como actúa la muerte, que es lo que suelo hacer yo. Ciertamente, resultaba más impactante si se miraba por la ventana, a pesar de que no era un piso muy alto se podía ver casi toda la ciudad y todo el caos que por ella bullía como la lava de un volcán irrefrenable.
-Sarah me ha dicho que te ha ayudado, ¿Sabes?, es la chica de abajo.
-Ella es muy buena. –Respondió al fin.
-¿Dónde están mis modales? Me presentó. Soy Vincent Dallas, puedes llamarme Vince. Encantado de conocerte… esto…
-Loyd, me llaman Loyd.
-¿Te llaman? –Pregunté con curiosidad.
El chico se limitó a bajar el cabeza avergonzado, como si no pudiese responder. Evitó mi mirada durante unos instantes incómodos en los que no supe que decir o que hacer hasta que, finalmente me volvió a mirar de nuevo. Ahora me fijé bien en su aspecto, en cierto modo me recordaba a alguien familiar. Mirada triste y vacía, moreno tanto de piel como de cabello y un halo de soledad desolador.
-¿De verdad te importa lo que siento? -Preguntó de forma repentina. –Tus preguntas parecen muy forzadas. Igual que la chica de abajo, sois todos unos falsos, sólo he subido porque tenía hambre y la chica me ofreció comida. Estoy desesperado, así que déjame en paz, no necesito más ayuda.
Al terminar de escuchar eso, no supe si darle un guantazo o aplaudirle. Creo que debería haber hecho las dos cosas y luego felicitarle por su respuesta tan irrespetuosa y desafiante, me gustó la decisión del chico.
-¿Sabes Loyd?, tienes razón. He hablado contigo porque me he visto obligado a ello, pero en realidad, si te animas o no me importa una mierda. –Le expliqué con una auténtica sonrisa. –Me has caído bien, te daré algo más de comer, después lárgate insofacto de aquí y que no te vuelva a ver el pelo.
Su mirada decidida se transformó en una de terror al ver la siniestra sonrisa desafiante que dibujaba mi rostro, pude ver su miedo reflejado en mis ojos. Esperó a que volviese con comida tal y como le prometí y después, se marchó como alma que lleva el diablo. Por fin podría descansar un poco… O no.
Al cabo de unas dos horas después de lo del chico, mientras tomaba mi café del mediodía, sonó el teléfono dispuesto a joderme mi maravilloso día tranquilo. No me molestaba investigar. De hecho, prefiero mil veces tratar con un muerto que con una persona normal, son mejores personas. Lo que me fastidia es tener que ver a todas aquellas personas, poner mi mejor sonrisa falsa y relacionarme con ellas para aparentar que soy “normal” como ellos.
No me queda más remedio, así que cojo el maldito teléfono. Tal y como supuse se trataba de un crimen importante, al parecer habían matado a un niño. Era frecuente ver niños muertos de hambre, o de sobredosis por el pegamento, pero asesinados… Es algo bastante inusual. Se oyen historias de gente que secuestra niños para abusar de ellos sexualmente y luego mutilan sus cuerpos para tener algo para comer y conociendo la desesperación por el hambre y más teniendo en cuenta que los niños pobres que se encuentran por la calle en muchas ocasiones son huérfanos o si tienen padres, estos no echarán de menos la desaparición de un hijo que, al fin y al cabo es sólo una boca más que alimentar… Sí. Si se piensa fríamente es un alivio para ambos lados, todos salen ganando. Uno come por varios días, y los otros disponen de más recursos para alimentarse. Había muchas desapariciones de niños, pero pocos muertos
En fin, sólo dos horas de paz desde que ese maldito enano de Loyd se largó. Al menos el crimen se cometió muy cerca de la comisaría, ni siquiera tendría que coger mi maravilloso todo terreno.
Si mi todo terreno fuese una persona, sin duda sería a la única por la que me atrevería a decir que siento algo hacia ella. Por eso evitaba en la medida de lo posible cogerlo, en cierto modo, lo tenía más como objeto de adoración que otra cosa. Me gusta bastante conducirlo, pero suelo ir siempre a pie como método de ejercicio para mantener mi forma. Mantener en físico de un experto asesino no es tarea fácil.
Tardé aproximadamente un cuarto de hora en llegar al lugar del crimen. Nunca sabía el lugar exacto cuando iba a una escena pero tampoco hacía falta. Hay tal despliegue de fuerzas en la zona de un crimen que hasta un niño de dos años sabría que ahí se cuece algo gordo. Policías, forenses, precintos, luces por todas partes… Yo a veces hasta imaginó una flecha gigantesca con un anuncio bañado en luces de neón que indica: “Efectivamente, aquí se cometió un crimen, aquí murió una persona”
Comienzo a identificar las primeras caras conocidas de mi falsa identidad. Entre la masiva piña de policías y demás fuerzas investigadoras. Si no fuese porque los investigadores llevan identificación y los policías placas, a veces no sabría distinguirlos.
-¡Ey Vince! –Gritó Kilik Simons. Uno de los pocos no lugareños que dejó la guerra.
Un hombre rubio, de ojos azules y alto como un árbol, de precedencia nórdica me parece. Como el mundo cambió tanto no sabría decir, creo que sus parientes se instalaron en el antiguo corazón de la vieja Turquía para huir de las guerras civiles que surgieron en sus países. Como ya han pasado varias generaciones desde aquello, supongo que al chico ni le va ni le viene. Es joven y entusiasta, aunque demasiado extrovertido, como si el fuego corriese por sus venas. No sabía estarse quieto y era de los que más me ponían de los nervios.
El tío calvo de al lado era Goerge Fredman. Tez morena, treinta y muchos. También tenía mucha pasión por darle a la lengua y hablar de futilidades y cosas banales como Kilik. Tiene gustos muy excéntricos, aunque considero que sólo lo usa como excusa para ser el centro de atención, Simulo llevarme bien con él pero si pudiese, le habría matado un millón de veces y creo que todos comparten mi opinión.
Después de traspasar todo u ejército de hombres uniformados y pasar por debajo del precinto noto que me embarga el aura de algo familiar. Comienza la frustración. La cara del idiota de George, sonriéndome como si estuviera a la cabeza de una timba de póker. Kilik, admirándome con devoción… Ni que fuese una figura religiosa. ¿Pero qué coño le pasa al mundo?, ¿Por qué tengo que soportar falsas sonrisas y miradas de admiración? Me respondo a mí mismo… “Si no lo hubiese hecho ya sabrían la verdad”. Lo mejor era olvidarse de ello. Allá la gente con su estupidez, a mi no me afecta, sólo finjo ser uno más.
Por fin despierto de mi mundo, o más bien me despiertan al oír mi nombre o mejor dicho, mi falso nombre.
-¿Te has quedado dormido o qué? –Dijo George.
-Un niño, ¿No? –Le pregunté sin salir aún del todo de mi ensimismamiento. – ¿Qué sabéis?
-Acabamos de llegar y te hemos esperado para el primer análisis.
-¡Que gentileza! –Puntualicé con toda mi ironía, a lo que ellos reaccionaron con una sonora carcajada. Estos momentos venían al pelo, poder soltar tu opinión sin tapujo y que se interpretase como una broma me encantaba. Menuda banda de haraganes.
Ambos me abrieron pasó y mis ojos se posaron por primera vez en el cuerpo del muchacho. Tez morena, negros cabellos despeinados y mal cuidados y, a pesar de sus ojos inertes se distinguía cierta melancolía en ellos además del color marrón. Mi corazón emprendió una exhaustiva carrera para salir de mi pecho. Noté como mis compañeros me miraban sorprendidos ante mi reacción.
-No… No puede ser. –Conseguí vocalizar al fin.
-¿Tanta impresión te causa ver a un niño muerto? Hay muchos últimamente, por desgracia, nunca te había pasado nada, ¿Estás bien? –Preguntó Kilik con gesto preocupado.
-No es nada…
No me sorprendió ver un niño muerto, lo que me sorprendió fue conocer a ese niño muerto y además haber tenido contacto con él el mismo día, hace sólo unas dos horas. Loyd. Ese niño malcriado, ¿Por qué?, ¿Por qué alguien mataría a un niño?
No tardé en encontrar la respuesta. Kilik cogió algo mientras yo me reponía de mi sorpresa. Un péndulo. Conocíamos bien esa señal.
-Calculo que murió hace un poco menos de dos horas. –Comencé a explicar mientras realizaba mi primer examen.
Obviamente, si no podía determinar claramente la causa de la muerte sobre el terreno tendríamos que conseguir que la familia nos diese el consentimiento de realizar un examen más exhaustivo del cuerpo, es decir, una autopsia. Me apostaría mi todo terreno a que Loyd no tiene padres, por lo que ese procedimiento será obviado y será llevado a autopsia, eso si no descubría lo que había pasado.
-¿Causa de la muerte? –Me preguntó George libreta en mano, a pesar de que debía ser yo el que tomase las notas. Supongo que así el cabrón simulaba hacer algo de provecho.
Examiné mejor el cuerpo. Ni cortes, ni laceraciones ni nada de nada… Aunque en el cuello… Sí, alguien había apretado y las marcas eran recientes. Pero si le habían asfixiado… ¿Cómo era posible que no hubiera ninguna marca de forcejeo? Aunque fuese un niño se tendría que haber podido resistir, pero daba la impresión de que se había dejado matar.
-Asfixia. –Respondí finalmente. –Tomaré huellas, pero las marcas del cuello indican que las manos eran pequeñas. O bien fue una mujer o bien. –Hice una pausa echando otro vistazo a las marcas rojizas del cuello para reforzar mi teoría. -… O bien lo hizo él mismo.
-¿Él mismo? –Preguntó Kilik sin dar crédito a lo que oía. -¿Cómo es eso posible?
-No lo sé… Pero las huellas nos confirmarán, es sólo una teoría.
-Perdonadme. Llego tarde. –Se disculpó una lejana voz que se fue acercando mientras terminaba la frase.
La voz era de mi ayudante, Baldrak. Un chico con poco más de veinte, despistado, miedoso y tímido, aunque gracias a Dios, poco hablador. A veces pasaba tan desapercibido que ni siquiera nos dábamos cuenta de que estaba allí, era una mosquita muerta con estúpidas ideas de paz y un sentido de la vida demasiado entusiasta, algo que ya no era común ni en los chicos de su edad que sólo soñaban con derramar sangre del enemigo o, simplemente, tener un plato de comida sobre su mesa, si es que tenían tal cosa. Como era común por aquí, tenía el cabello negro y los ojos marrones y, por supuesto, era más alto que yo a mis casi veintiocho años un chaval que a duras penas superaba la veintena. Le admitieron por su genialidad y por nuestra aún más desesperante falta de personal. Trabajaba muy bien pesar de las apariencias, tenía ingenio, pero era muy torpe, por lo que yo u otro miembro del laboratorio manejaba el instrumental más delicado por él. En ocasiones resultaba una carga y otras veces, una auténtica ayuda No tenía término medio, pero al menos era callado, que era lo que realmente importaba. Preferiría hacer el trabajo de todos antes que tener que relacionarme con ellos. Este me parece un cambio interesante, hago el trabajo del chico y además durante ese lapso no tengo que hablar con nadie. Sólo por eso es el que mejor me cae. Kilik es listo pero habla demasiado y en cuanto a George… Ni siquiera tiene la decencia de taparnos su horrible calva morena y suele llevar unas gafas de sol de lo más hortera además de ser insufrible.
-¿Qué me he perdido?
-Otra jugada maestra del asesino del péndulo. –Respondió Goerge. –Ese maníaco cabrón esta vez la ha tomado con un niño, supongo que estará masturbándose en su madriguera reviviendo el asesinato, el muy cerdo.
-Por dios, George. –Le reprochó Kilik con un obvio gesto de asco. –Hemos encontrado esto. –Dijo ignorando por completo a George y mostrando el pequeño péndulo de color dorado que había junto al cuerpo.
-¿Alguien tiene una recortada?, creo que va a haber dos cadáveres. –Bromeé lanzando una gélida mirada a George que río como un mameluco, aunque la mirada de Kilik fue muy distinta. Pareció entender de una vez que iba en serio, pero me decepcionó al cabo de un rato al sonreír disimuladamente. Al parecer sólo quería intimidar a George.
-Será mejor que nos llevemos el cuerpo, aquí ya no hay nada que hacer. –Anunció al finalizar su pícara sonrisa.
Dediqué unos segundos a mirar el cuerpo de nuevo, me costaba creer que hubiese visto a ese chico hace un poco más de dos horas y que muriese justo al lado de donde trabajo. No parecía una simple coincidencia. No sé quién será ese “Asesino del Péndulo” como le han bautizado a quién quiera que sea. Una fea costumbre que tienen con todos los locos que salen a escena dispuestos a llevarse el estrellato de la mejor actuación criminal. A mi modo de ver, sólo era un payaso que quería llamar la atención, una persona que quería ser conocida por sus muertes y supongo que también temida. En definitiva, ni siquiera sabíamos si era hombre o mujer y ya le habían bautizado muy astutamente, válgame la ironía, con el sobrenombre de “Asesino del Péndulo”. Creo que hay tanta manía con bautizar al primer maníaco que aparece que ya hasta nos empezamos a quedar sin nombres, cada vez son menos ingeniosos.
-¿Descubriendo sentimientos desconocidos, psicópata?
Esa voz autoritaria y cargada de odio no podía que ser otra que la de Matthews, un viejo lobo de la policía. Un hombre de pelo canoso y de bien pasados los cincuenta, rostro arrugado y nariz afilada y ojos de destello esmeralda escrutadores que parecen capaces de ver hasta dentro de tú mismo corazón. De todas estas personas, el que peor me caía era sin duda Matthews. Por alguna razón él me odiaba, creo que su viejo olfato de investigador le dice algo sobre mí que no le gusta… Pero desde hace ya varios años Matthews no es más que una vieja gloria que trata de rememorar sus tiempos de grandeza en delirios provocados por el alcohol. Irónicamente, este viejo acabado que ya no da una a derechas tiene razón, al menos en lo que mí respecta. Psicópata. Hasta me defines bien, Matthews. Si no estuvieses demasiado vinculado a Vincent ya te habría quitado de en medio, aunque al fin y al cabo, sólo son elucubraciones de un viejo borracho que intenta recuperar una fama pérdida. Su historial reciente sólo acumula decepciones, le quitaron el grado de sargento el año pasado, poco después de que le quitasen el de teniente. Ahora no era más que un agente de campo normal al que presionaban para que presentase su jubilación anticipada para terminar su carrera con algo de honor. ¿Al caso no resulta irónico que un viejo que lleva años sin dar una a derechas haya acertado conmigo? A mí me lo parece, pero da igual. Él nunca llegará a saber quién soy, así que ignoro por completo sus burlas y continúas presiones para sacarme de quicio. Sólo ve “algo”, lo que quiera que sea, en mi que no le gusta. Pero no tiene pruebas de nada y, aunque las tuviese, seguro que idiotas como Kilik o Baldrak serían capaces de respaldarme.
Así que me doy la vuelta e ignorándole como siempre contesto a su pregunta.
-La muerte de un niño siempre entristece, pero es una muerte más y debemos encontrar a su asesino igual que tenemos que encontrar a los demás asesinos para poder vivir en un mundo mejor.
-¡Así se habla Vince! –Gritó un entusiasmado Kilik pletórico de energía. –Juntos podemos hacer que el mundo sea un poco mejor si atrapamos a los malos.
-¿No estáis demasiado entusiastas esta mañana? –Reprochó enseguida Matthews. –El mundo no se va a solucionar porque metáis a unos cuantos tipos en la cárcel, psicópata. Cuando un asesino muere o va a la cárcel, sale uno nuevo a reemplazarle, cuando crees que has hecho algo para ayudar a las personas entonces llega un terrorista y pone una bomba que mata a miles de civiles. Mira como está el mundo. En 2012 hubo una catástrofe y en lugar de ayudarnos nos peleamos para comprobar quién era el más fuerte y así salió la guerra mundial. Nosotros las personas sólo sabemos resolver las cosas con violencia, ¿Al caso tú eres diferente Vincent?
-No creo que tenga la capacidad de juzgar eso Matthews. Sólo intento hacer bien mi trabajo.
Por un momento nuestras miradas se cruzaron desafiantes, como un volcán al borde de la erupción, una tensión capaz de estallar en cualquier momento. Pero debía darle la razón en muchas cosas. Lo que hacíamos era en realidad inútil, ¿Por qué lo haría un hombre como Matthews entonces? Tal y como habló hace un momento, parece como si tuviese una cuenta pendiente con el mundo, con la sociedad en general… Pero a pesar de que sabe la verdad odia a los asesinos, me odia a mí. ¿Es porque soy un asesino?
Dejo mi cabeza libre de dudas, ayudo al personal a recoger las pruebas restantes y después nos vamos al laboratorio a examinar mejor el cadáver. Las huellas me revelan al cabo de unas horas que la asfixia se la produjo el niño, ¿Cómo puede ser? No hallo respuestas y mi cabeza no está para rompecabezas ahora, debo volver a casa y ocuparme de cierto asunto. Un asunto sin atender y aún no he entregado el informe de mi misión al gremio, tendré que hacerlo mañana.
Por fin salgo de la puerta de la comisaría y me entrego a la tibia luz de la luna llena y dejo que su resplandor vacíe mi mente. Vuelvo a ser Rekkie-Maru. Respiro hondo y sigo mi camino. Me gusta la noche, generalmente, no hay gente muriéndose por las calles, al menos no tanta como en el día, o por lo menos mueren en otra parte. Nada de pobres pidiendo limosnas, nada de gente asomándose por ventanas y balcones mirándote como un extraño… En el mundo de hoy en día es fácil sentirse perseguido, es fácil decaer, todo es un caos. No existe un orden lógico de las cosas.
La conclusión que se puede sacar de este mundo es que nadie ayuda a nadie, sólo se perjudica. Sólo sobrevive el más fuerte, matar o morir, es la única opción de supervivencia. Si no estás dispuesto a matar tienes que tener en cuenta que los demás si lo estarán. Por mucho que digan que no, por mucho que se hagan los buenos y te sonrían siempre… Porque ese no es su verdadero yo. Gente con ideales tan estrictos como Matthews han tenido que matar para sobrevivir, para llevar a cabo su trabajo y aún se atreven a juzgar a gente como yo cuando no son mejores que nosotros.
Así que, ¿Cuál es la cuartada perfecta? Ser como los demás. Poner sonrisas falsas, tener ideales idílicos como Kilik o Baldrak, mostrar un falso entusiasmo, fingir que te gusta lo que haces y que te sientes a gusto con los demás… Ser Vincent Dallas. Nadie pensaría que soy un asesino, es tan buena fachada que aunque se supiese, la gente dudaría de ello. Dirían, “No, Vince no puede ser un asesino”. Y tienen razón, Vincent no, pero Rekkie-Maru sí.
Aunque los últimos acontecimientos hacen que por primera vez tenga mis dudas respecto al asesinato. Al llegar a casa veo a una figura femenina, esbelta, de cabellos morenos y ojos castaños preparando la cena.
-¡Por fin has llegado! –Exclama alegre la muchacha. –Ya empezaba a pensar que no ibas a llegar nunca.
-¿No te dije que te fueras? –Le contesté de mala gana, aún sin salir de mi sorpresa.
-Si mal no recuerdo, dijiste que me podía ir o quedar. No es lo mismo que decir a alguien que se vaya directamente, haber concretado. –Contesto indignada.
-¡Será mocosa!
Solté mi ropa de mal humor en mi dormitorio y me tumbé en la cama con el torso desnudo, disfrutando de la brisa veraniega que entraba por la ventana. En aquella época hacía un calor insoportable por el día, pero por la noche entraba una brisa muy agradable y fresca capaz de renovar el alma de un hombre.
Antes de dormirme observo una vez más a la chica de pelo moreno y piel blanca como la leche. Midori Pallmer, ¿Qué iba a hacer con ella? No lo sé… Ni siquiera tenía una idea remota de porque no la había matado. Me sentía frustrado. Era la primera vez que fracasaba en una misión después de más de diez años de profesión y… Ella despertó una parte de mí que desconocía, una parte que pensaba que estaba muerta para siempre pero, por alguna razón, reaccionó ante ella.
Al final mis ojos se entrecerraron dejando paso, poco a poco, al mundo de los sueños. Me sumí en un sueño embargado por la preocupación. ¿Qué iba a hacer de ahora en adelante? Era algo que no podía saber.

1 comentario: