sábado, 8 de enero de 2011

Dark Chronicles I

LA HABITACIÓN SUSURRANTE

El callejón era oscuro y estrecho, dos figuras salieron precipitadamente de él con una amplia sonrisa en su rostro y energía jovial.

Aquel día estrenaban la gran parodia reconocida alabada por todo el mundo, la sensacional The Movie, una perpetrada e ingeniosa sátira del mundo del cine que, paradójicamente, también era otro filme.

Tal y como aseguraban, era una película de humor digna de un genio de la más alta estirpe, una concienzuda y perfecta combinación de todos los tipos de humor fusionados que ridiculizaban, y en cierta manera también engrandecían, ese mundo tan turbado que es el del cine.

Cuando Henry salió del cine sonriente cogido de la mano de su amante, hasta ese callejón oscuro y profundo como la boca de un animal salvaje, se aparentaba como un florido campo de amapolas blancuzcas y rosas de un rojo intenso y deslumbrante.

Ella ciertamente era hermosa, su pelo liso y dorado de tacto suave y firme, una sonrisa que mostraba una fila de destelleantes perlas blancas perfectamente bien colocadas. Un cuerpo esbelto repleto de suculentas y sensuales curvas y unos ojos azules claro, en los que prácticamente uno diría que es capaz de reflejarse.

Su nombre era Rose, a Henry siempre le pareció que simbolizaba la belleza de la rosa e incluso la superaba.

Henry era un hombre de piel morena, alto y ligeramente corpulento aunque delgado, disfrutaba de la figura de un atleta. Su pelo era negro y brillante como el azabache, ligeramente rizado, marcaba unos tirabuzones casi perfectos y tenía los ojos de un marrón oscuro e intenso.

Ambos entrelazaban sus manos, y tras salir del cine juntaron sus labios en un húmedo y apasionado beso.

-¿Sabes Henry?-Dijo Rose dulcemente mientras se marcaba un embaucador baile imaginario.-Me gustaría ser actriz, ¿Crees que tengo madera para ello?-Terminó con una cálida sonrisa.

-Estoy seguro de que serías la mejor actriz, al menos si eres la mejor amante.

Henry siguió distraído el baile imaginario de su querida Rose, aquella noche cuando llegase a casa, tenía pensado pedirle el matrimonio. Lo más seguro es que ella accediese, después harían el amor hasta el amanecer.

Sin embargo y de forma repentina, la sonrisa de Rose se borró y cayó fulminada al suelo, una bala atravesó su pecho. Henry trató de alcanzar a Rose para atender sus heridas, pero los muros del callejón se estrecharon y no le dejaban paso.

Estiró su brazo en un vano intento de alcanzar el cuerpo todavía con vida de Rose, pero su vista estaba cada vez más borrosa, y sus pulmones habían cesado de dar aire y el corazón de bombear la sangre, justo antes de caer desplomado el también comprobó que fue disparado.

Henry se levantó de la cama con el corazón a punto de salirse del pecho, entonces recordó todo.

Recordó como Rose murió asesinada por un vulgar ladrón que la disparo al pecho, y que el recibió un disparo cerca de pulmón por intentar ayudarle y se quedó sin aire, unos días después pudo volver a casa, pero Henry ya no es lo que era.

Se miro perplejo en el espejo del cuarto de baño de su piso minúsculo y desordenado. Hacía meses que no limpiaba, y tanto las estanterías como los libros estaban desperdigados por las habitaciones.

Al mirarse en el espejo él no era capaz de ver nada, aunque lo que en realidad se reflejaba era la imagen de un hombre cansado y desnutrido, de una mirada tan desoladora que parecía no tener alma. En el rostro de Henry ahora se anunciaban unas prominentes ojeras y un rostro chupado y demacrado por la falta de comida y luz. Su apariencia atlética había sido sustituida por una apariencia esquelética.

Henry trató de olvidar, pero no podía. Había hecho varios intentos por irse de la casa que tanto le recordaba a Rose, de veras que lo intentaba, pero una misteriosa fuerza le empujaba a quedarse y auto destruirse. Henry no era capaz de salir. En realidad el tenía pavor de volver a salir, encontrarse accidentalmente con aquel callejón y echarse a llorar, tenía miedo de que Rose le recriminase de no hacer nada en esa ocasión, de ser un cobarde, ni siquiera había pensado en vengar su muerte, no, se había quedado en casa como un niño pequeño que tiene demasiado miedo del mundo exterior.

Al principio sólo fueron días, luego semanas... En alguna ocasión llamaron a su piso para comprobar si seguía viviendo ahí, Henry contestó, pero aún así nadie abría la puerta.

Su hogar parecía cada vez más ser la completa imagen de definición de la palabra "caos".
Cada Día que pasaba incrementaba el desorden y la oscuridad parecía apresarle más y esto es, sin duda, lo más desconcertante de todo. La mayoría de las veces Henry no provocaba aquel caos, tal vez fuese el insomnio el que le jugaba una mala pasada, o tal vez realmente había algo más a parte de él...

Cada vez Henry estaba más desquiciado, miró a la calle. Enfrente había un bar bastante popular en ese distrito conocido como "La Comadreja", un edificio de empresa con varios carteles de anuncios de otras empresas patrocinadoras y algún que otro negocio de importancia, por lo que era una calle bastante transitada. No obstante, se sorprendió cuando al mirar por la ventana no había ni un alma en plena mañana de un lunes laboral a la hora punta.

Por alguna razón, Henry comenzó a pensar que había pasado con su trabajo, aunque a duras penas conseguía recordar quién era él y porque permanecía cautivo en su propio hogar. Su mente había perdido toda cordura, no conseguía recordar nada, ni ya oía llamar a nadie a su puerta para ver si había señales de vida. Una vez sonó el teléfono, pero detrás de el auricular sólo se distinguía un extraño rugido fantasmal que parecía pedir socorro... aquella voz le recordaba en parte a si mismo, pero también a otra querida persona...

Eso es, se había olvidado de todo menos de Rose, su dulce y amada Rose, pero ya era demasiado tarde.

Por fin reparó en que se había dejado engullir por la oscuridad, Henry sabía que moriría en su piso, en aquella dimensión extraña que parecía ser su piso, si no le mataba el hambre o la sed, lo haría el mismo espíritu maligno que le había encerrado allí.

Aquella misma noche, Henry volvió a soñar con la muerte de su mujer, cada noche se repetía el mismo sueño, aunque también cada noche se volvía mas distorsionado que el anterior.

En el sueño, su mujer tenía la cara demacrada como un zombie, su sonrisa era diabólica y tenía los ojos rojos.

Cuando le dijo que soñaba con ser actriz, su voz resultó ser un siniestro gruñido que parecía en cierta manera triunfal. En aquel instante, Henry se acordó de la voz que sonó en el teléfono, era la misma. Entonces supo que todo este tiempo era un demonio el que se había estado burlando de él, el mismo que le impulsaba miedo a salir de casa, el mismo que le empujaba quedarse dentro y dejarse consumir.

Cuando todo parecía perdido apareció una voz dulce, fue justo en el momento del sueño en el que Rose caía desplomada, normalmente Henry habría corrido tras su amada para salvarla, pero esta vez se sintió tentado de seguir a la voz. Cuando lo hizo, esta vez no se estrecharon los callejones, ni se quedó sin aire. Durante un instante sintió paz, verdadera paz, algo que parecía hacia siglos que no tenía, deseo quedarse allí toda la eternidad.

-Henry, debes salir de aquí cuanto antes.-Le suplicó la voz.

-¿Quién eres?.-Preguntó Henry desesperado.-¿Qué quieres?

-¿Es que no puedes recordarme?

La voz le era sumamente familiar, pero era incapaz de reconocer de quién era.

-Soy Rose, tu Rose, Henry.

Por poco a Henry le da un vuelco en el corazón, ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

-Rose, creo que me estoy volviendo loco... ¡Tienes que ayudarme!.-Suplicó entre sollozos tratando de palpar la humareda de vapor que simulaba la figura de Rose, aunque obviamente, resultó imposible.

-Henry, no hagas caso de lo que te digan las fuerzas oscuras, ¡Es tan fácil como cruzar la puerta Henry!, sólo tienes que creerlo, creer que puedes pasar.

-¿De verdad qué es tan fácil?.-Masculló dubitativo.

-Seguro que podrás.

El humo de la silueta de Rose se evaporó lentamente dejando una despedida con el ritmo del viento.

-¡Rose!, ¡Rose!, ¡Rose!-Gritó Henry una y otra vez, pero Rose jamás volvería.

Definitivamente despertó con la seguridad de que todo había sido un largo y tendido sueño.

Sólo basto una mirada alrededor para comprobar una masa negra y viscosa que inundaba el cuarto, Henry no pudo evitar pegar un grito con su sobresalto.

Henry fue médico especialista del pulmón, por lo que no pudo evitar comparar la masa negra con los pulmones de un fumado empedernido. Dio sus primeros pasos medidos con la precisión de un cirujano, pues ahora el suelo tenía el vigor de un ser vivo, se estremecía a cada paso que Henry daba, por si acaso, él no miró al suelo.

Tenía un objetivo claro, llegar a la puerta que conducía a la calle, esta vez saldría sin demora, aunque antes debía derrotar a la puerta de su cuarto.

Al igual que el resto de la habitación, parecía haber cobrado vida. Henry se armó de valor, o rompía esa puerta o se quedaba rodeado de una masa viscosa de por vida. Le pareció preferible la primera opción, la oferta de quedarse en un pozo negro no le entusiasmaba demasiado.

Corrió y derrumbó la puerta, tal y como se esperaba, esta lanzó un desesperado chillido al caer.
Los demás muebles parecían observarle con inquietud, puede que él estuviese decidido a salir, pero su casa no estaba por la labor.

Esquivo cuidadosamente los muebles y los libros y papelajos tirados por el suelo, vigilando que ni siquiera le rozasen.

En un último impulso, cogió toda la fuerza que le fue posible y avanzó hasta la puerta, una fuerza trató de detenerle. Henry hizo lo que Rose le dijo, creer con todas sus fuerzas que saldría de allí.

Y por fin consiguió lo imposible, atravesó la puerta y salió del piso... pero eso no era su piso...

-¡¿Qué demonios pasa aquí!?-Preguntó enojado.-¿Por qué no estoy en la calle?

-Te estaba esperando Henry, ya era hora de que llegases.

Henry no podía salir de su incredulidad, era Rose, estaba allí, tan dulce y tan hermosa como siempre, casi se le saltan las lágrimas de alegría, aunque si estaba allí sólo podía significar una cosa...

-¿Estamos...?

-¿Muertos?-Completó Rose.-Mucho me temo que sí.

Henry tardó unos segundos en asimilarlo... pero él no había muerto, su herida no era mortal, regresó a casa, ¿Que hacía él allí?

-¿Qué fue lo que pasó?

-Me morí Henry, como bien tu sabes.-Henry puso un gesto de impaciencia, eso ya lo sabía.-El ladrón también te disparó a ti, pero la herida no fue mortal. Te curaron y regresaste a casa, pero...

-¿Qué, que fue lo que paso?-Los nervios invadieron a Henry, Rose le abrazó para consolarlo, cuando su ataque de nervios cesó, siguió.

-No soportabas vivir sin mí, tenías miedo de salir de casa y que te volviese a pasar lo mismo, dejaste de comer y de beber, pusiste la casa patas arriba, hasta que finalmente te suicidaste en tu cuarto. Fuiste incapaz de reconocer mi muerte, pero eso no fue lo que retuvo hacia el otro mundo.

-¿Y qué fue?.-Preguntó Henry Desconcertado.

-Que no pudiste aceptar tu propia muerte Henry, a pesar de que te habías suicidado seguiste pensando en mí y deseaste seguir vivo para buscar una explicación de mi muerte, pero tu ya estabas muerto, por eso había una parte de ti que no te dejaba salir de tu piso. Era dónde habías muerto y un espíritu que niega su muerte es incapaz de moverse del lugar donde ha muerto.

Henry se sintió decepcionado... así que al final sólo fue eso... ni siquiera después de la muerte fue capaz de superar la tragedia de Rose y por eso se quedó... quería buscar una solución cuando lo único que deseaba era reunirse con su amada.

Rose sólo se limitó a sonreír y comenzó a bailar nuevamente, Henry fue capaz de sonreír...
a pesar de todo se había reunido con su amada, por fin podría descansar en paz.

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