sábado, 24 de septiembre de 2011

Del cielo al inferno

  Me despierto presa de un sueño que ha sido olvidado, enfrente de un manto blanco de nieve y un frío desolador. Estoy solo, hambriento, sediento, herido... ¿Cómo he llegado hasta aquí? Realmente, no sé si quiero contestar esa pregunta.

  Trato de recrear hechos en mi mente, pero sólo veo lagunas emborronadas, como un enorme pedazo de mar con tierras aún no descubiertas, que sabes que están allí, pero que no puedes alcanzar. Trato inútilmente de levantarme, pero mi pierna derecha permanece inmóvil en una posición antinatural. Está rota, la otra no anda mucho mejor, parece en buen estado salvo por un tobillo dislocado. Intento apoyar el peso de mi cuerpo en mis brazos, se repite lo mismo que en las piernas. Mi diestra descolocada y mi siniestra un tanto magullada. Di las gracias de que sólo fuesen unas tristes magulladoras, dolía, pero era un simple rasguño en comparación con otras heridas. No había caído en la cuenta debido a mi confusión de salir de en medio de un sueño que parecía no tener fin, en un paisaje desconocido y desolador, en un cuerpo que ni siquiera sabía que era mío pero que, gracias al dolor, me daba cuenta de la realidad.

  Tal vez no supiese quién era y por qué estaba allí, pero no cabía duda de que era real. El dolor a cada instante más insoportable, el frío, la angustia el miedo, el desconcierto.... Ni siquiera sabía que tenía más heridas que observar hasta que las observé y, a medida que descubría una nueva herida era también cuando me daba cuenta de que dolía.

  Mi pierna y mi brazo derecho rotos, magulladoras por todo el cuerpo, sangre por todas partes, una vara de hierro atravesando mi pecho... Cada segundo parecía un eterno instante de agonía. Maldecí haberme despertado allí, habría sido mejor morir. Sin saber quién era, ni porque estaba allí, sin saber si alguien me esperaría, medio muerto... Pero había despertado. Estaba vivo y sin nada, pero vivo al fin y al cabo y había una parte de mí que no lo soportaba, estar allí tendido sin hacer nada, muriendo sin más. De pronto quise saber el por qué, por qué estaba allí, porque yo y no otro y, sobre todo, porque no recordaba nada, ni siquiera nombre, sólo una vacía laguna en la que se habían secado los recuerdos. Mi lago era ahora un pantano, llena de agua corrupta, que añoraba sus tiempos de pureza.

  Ese pensamiento estalló en mi mente en mi mente, "sobrevive" gritaba esa maldita voz interna, y a pesar del cansancio, del insoportable dolor, la agonía y el caos que me rodeaba me dije a mí mismo que de ninguna manera moriría, ¿Pero cómo?

  Examiné la escena con detenimiento, de pronto parecía tener un experto ojo observador, aunque mi radio de visión no abarcaba mucho, debido al tiempo que dejaba una cortina de nieve en el horizonte, que a mí no me llegaba. Estaba en una pequeña cueva, por los rastros de la sangre parecía haber caído de un barranco, las contusiones se debían al chocar mi cuerpo contra los peñascos y la pérdida de memoria... tal vez un golpe desafortunado en la cabeza. También había una espada corta, con la hoja curva y reluciente cerca de mi mano derecha. Pero no la podía coger sin antes levantarme a por ella, ya que tenía inmóvil el brazo derecho. Mi ropa estaba echa girones, no sabría describir con exactitud lo que llevaba puesto antes de hacerme esto, tal vez por la falta de memoria, tal vez porque estaba en tan mal estado que era del todo indescriptible. Sólo deseaba salir de aquel grotesco escenario cuanto antes y más si se trataba de mi grotesco escenario. ¿Pero cómo salir de ahí?

  Mi corazón se aceleró y en mi cabeza comenzaron a palpitar ideas siguiendo mi compás cardíaco, mi vacía cabeza desbordaba actividad y mi instinto se encendió como el que prende una vela. Mi mano izquierda agarró un trozo pequeño de madera rota que tenía al lado, lo apreté con fuerza entre los dientes... lo que iba a hacer a continuación dolería más aún que todo lo que estaba sufriendo. Mi mano izquierda se depositó en el antebrazo derecho, cerré los ojos y traté de poner toda mi decisión, aunque tardé unos segundos de duda en poder pegar el tirón. Tenía razón, el dolor parecía como una puñalada directa en el corazón, mi respiración se entrecortó y mi alarido fue sofocado por el trozo de madera durante unos instantes, luego cayó de mi boca y el grito casi inhumano de dolor se escuchó por toda la montaña como un siniestro eco que anunciaba un turbio futuro. Para estar intentado seguir vivo, más diría que estaba matándome. A lo mejor mi instinto no me guiaba bien, o bien me estaba engañando, pero era lo único de lo que me podía fiar en aquel instante. Aunque parecía mentira, el dolor se acabó yendo, al menos parcialmente. Ahora mi brazo estaba arreglado, pero la pierna sería mucho peor.

  Repetí el proceso y amargamente comprobé que tenía razón. Nuevamente, mi terrible aullido siniestro y desesperado se hizo eco atravesando la cueva. Había colocado mi pierna y mi brazo, pero ahora debía ponerme en pie, me giré para coger la espada con mi mano izquierda, corté un trozo de mi harapienta ropa para hacer un ingenioso cabestrillo que me costó unos minutos lograr atar con firmeza a mi brazo herido. Levantarme, algo tan sencillo resultaba un esfuerzo titánico, apoyando toda mi fuerza en sobre la espada clavada en el suelo y para colmo era corta, pero di gracias a que fui capaz de sostenerme lo suficiente como para apoyar el peso en la pierna buena. Descubrí que mi tobillo no estaba tan mal como aparentaba, aguantaba bien el peso. Lo había logrado, estaba en pie y no sé porque algo tan simple me parecía un éxito digno de aparecer en un libro de historia, ciertamente, levantarme me parecía imposible hasta el momento en el que ya estaba de pie, aún así, estoy de pie y me cuesta creerlo. ¿Hasta cuánto aguantaría con un tubo de hierro atravesándome el torso? Supongo que no acertó en ninguna zona sensible, pero quitarlo supondría desangrarse, y ya bastante sangre había perdido, mis otras hemorragias parecían haberse cerrado, o al menos, no producían tanta sangre como para que fuese realmente preocupante. Debía seguir.

  Usando la espada a modo de bastón conseguí avanzar a través de la nieve, de pronto caí en la cuenta de que no llevaba calzado. Genial. Mi situación se ponía cada vez más desesperadamente interesante, para el maldito Dios que me había maldecido y hacerme pasar por estas penurias, desde luego que sí. Mi única opción: encontrar a alguien que me ayudara antes de morir de hambre, o desangrado, o de frío o de vete a saber qué. Empecé a cuestionarme por qué me había levantado y porque intentaba evitar un destino que era inevitable.

  Avancé por el extenso manto de nieve con un fondo blanco que parecía no tener fin. El frío era cálido, tal vez os extrañe esta paradoja pero realmente, el frío me producía una sensación irritante en la piel, como la de un hierro candente. A cada paso sentía la quemazón con más intensidad, hasta que de pronto cesó. Deje simplemente de sentir, me quedé con la misma sensibilidad que tienen las rocas. Con esta sensación me era difícil saber si estaba avanzando además, mi visión comenzó a disolverse como a un cuadro en el que se ha derramado un vaso de agua y se ve su mundo desdibujado. Ahora era mi mundo visual el desdibujado, me estaba entrando sueño a medida que mis sentidos se embotaban cada vez más trasnformándome en un ser inerte. Tanto esfuerzo para morir tumbado sobre la nieve. Mis ojos se cerraban, en mi cabeza oía una voz que susurraba. Quería que fuese con ella, estaba decidido a seguirla, pero mis ojos se abrieron sin aviso, de forma súbita al igual que se cerraron. Vi la razón de mi despertar, no sabía si agradecerlo o sentirme aún más desdichado por lo que me esperaba.

  Lo cierto es que aquella bestia avanzo hacia mí con una mirada que buscaba saciar su sed de sangre, en aquel momento supe que definitivamente, no saldría con vida de la experiencia. Supongo que levantarse y andar ya eran bastantes heroicidades para un hombre medio muerto. Aunque no me rendiría.

  Dejé que se acercase hasta llegar a un palmo de la cara. Su aliento putrefacto despertó de nuevo mi sentido olfativo, noté el sudor recorriendo los poros de mi piel, la adrenalina disparada por el laberinto de los vasos sanguíneos. Mantuve su mirada hasta el último instante, clavé la espada en su pecho de una rápida estocada al tiempo que su zarpa descendía hacia mi cara. Vi como sus garras cortaban el aire, incluso a tiempo, pero no podía esquivarlo, así que me dejé caer al suelo de tal forma que cayera en posición lateral para no hacerme daño, pero no fui capaz de evitar el zarpazo que, desafortunadamente, acertó en el lado derecho de mi cara mientras caía al suelo.

  Volvió en mí aquella sensación que en el día de hoy ya me era familiar. La visión borrosa, extremidades insensibles y latidos desincronizados, sólo que esta vez ya no me apetecía levantarme y luchar. Ni siqueira sé que pasó con el oso. La visión se fue apagando como cuando el sol se esconde dejando la luz del ocaso hasta que, finalmente, se queda a oscuras por completo.

  Tuve un sueño, bueno, no sabría decir si era exactamente un sueño. Sólo sé que intentaba despertarme, aunque no recuerdo de que iba el sueño, y no podía despertar. Hasta que una intensa luz, un destello blanco que irritaba mis ojos me hizo despertar repentinamente de mi duro letargo.

  La habitación era modestamente pequeña, el suelo era de color verde vómito  y las paredes blancas, amarillentas a causa del efecto del tiempo sobre ellas  y la falta de una buena mano de pintura. Apoyado en una pared, sentado en una sencilla silla de caoba, un anciano le observaba con mirada atenta, hizo un gesto de sorpresa cuando al fin me vio despertar, el maldito viejo apuntaba la luz de un farol en mi rostro, lo que identifiqué que debía tratarse del misterioso destello que me había despertado. El anciano, de rostro apacible y unos bondadosos ojos azules se acercó para verme mejor.

  -¿Qué tal muchacho?

  -Creo que bien, gracias a usted. Fue usted el que me recogió, ¿No?

  El hombre asintió.

  -Sí, fui yo. Y te agradecería que no me tratases de "Usted". Llámame Gabriel.

  -De acuerdo.

  -Te has librado de una buena, hijo.

  -Y que lo digas. -Dije tratando de forzar una tímida sonrisa.

  -¿Qué fue lo que te pasó? -<<Eso mismo me preguntó yo.>>

  -No lo sé, no recuerdo nada, excepto despertarme mal herido en la montaña, ponerme en pie con series dificultades y luchar con un oso sobre la nieve, incluso hasta eso se me hace difícil de recordar. Lo demás, es como un mar en el que no hay peces.

  -Entiendo. -Comentó Gabriel en un gesto aprensivo. -¿Nombre?

  -Tampoco lo recuerdo. ¿Ha encontrado algo en mi ropa que indiqué algo?

  -Mucho me temo que no. -Negó en un gesto desolador. -Te prepararé algo caliente de beber.

  Gabriel marchó a la cocina, que estaba pegada al dormitorio en el que estaba acostado, al cabo de un rato, pude ver como salía el humo de la tetera de la habitación, Gabriel no cerró la puerta. Siguió hablando mientras preparaba el té.

  -Has tenido suerte. No sé como lo has hecho para sobrevivir a semejante caída, ese desfiladero tiene una caída que casi parece no tener fin, por no hablar de que has matado al oso más fiero que he conocido en esta montaña, hasta un hombre sano  y experto habría dudado en enfrentarse a él y tú le has matado estando medio moribundo. -Gabriel apareció con dos vasos de té y me tendió uno en la mano, como estaba apoyado contra la pared, no tuve problemas en bebérmelo. -Qué extraño, ¿Verdad?

  -No sé que decir... -Con gesto desconcertado, bebí un sorbo de mi ardiente té.

  No sé que llevaría aquella cosa, pero a pesar de su sabor horrible y su hedor excesivo a mentol, calentó mi cuerpo y me hizo sentir lleno de fuerza. Si hubiese creído que el elixir de la vida existe, sin duda habría dicho que se trataba del té de aquel misterioso y amable viejecillo.

  El hombre se me observó pensativo, con una mirada que indicaba que estaba apunto de resolver el enigma más importante de su vida. De pronto, se volvió intrigante, me di cuenta de que al mismo tiempo que yo investigaba esa mirada del que mira una criatura extraña que no ha visto en su vida, el hacía lo mismo conmigo, devolviéndome el misterio que pasaba de mano en mano, o, en este caso, más bien diría de ojo a ojo.

  -Tú no eres normal. -Concluyó el anciano en un tono de admiración pasiva. -Nadie normal podría sobrevivir a esa caída y enfrentarse a un oso como si nada.

  -¿Sugiere que me tendría que haber dejado matar? -Le pregunté con ironía.

  -En absoluto. Solo admiro tu capacidad de supervivencia.

  Tras otro largo rato de silencio y de miradas curiosas que no llegaban a ninguna parte  y de beberse todo el té sin mediar palabra. Gabriel se llevó los vasos de vuelta y regresó con dos trozos de bizcocho. Dejó uno en mi mano y otro para él. -Que aproveche. -Dijo.

  -Debemos ponerte nombre ya que no te acuerdas del tuyo. Que te parece... ¿Yuri Mizune? En mi lengua materna significa, "en busca del recuerdo".

  -Muy adecuado. -Dije indiferente.

  Además de que Gabriel tenía razón, antes o después se me tendría que diferenciar de una manera u otra y, ya que no tenía nombre de verdad, por lo menos que tuviese uno falso. En cierta manera, en busca del recuerdo era un nombre poético, de pronto me entró curiosidad por saber que lengua hablaría Gabriel, pero ya era suficiente con dar gracias de que pudiésemos hablar la misma. Aunque me hubiese dicho la lengua, no sabría de cuál se trataba, sería estúpido preguntar.

  -Hay algo que me gustaría pedirte. ¿Qué te parece quedarte conmigo hasta que consigas recuperar tu memoria?

  La propuesta sonó tan natural que casi creí que era una simple propuesta normal. Tardé un instante en poner en orden los pensamientos que rugían dentro de mi cabeza, ¿Acaso tenía otro remedio? No. Estaba claro que tenía que aceptar, aunque...

  -No podría, no tengo con que pagarte y ya me has ayudado bastante. Deja que me recuperé y buscaré la forma de pagarte por tu ayuda.

  -No he dicho que vaya a ser gratis. -Anunció con una extraña expresión satisfecha en su rostro. -Te costará un precio, pero no va a ser dinero ni mucho menos, hay otra cosa que me interesa más.

  -¿El qué? -Pregunté desconcertado.

  -Tu habilidad de supervivencia. Deja que te entrene, te convertiré en el mayor guerrero que haya existido jamás. Sólo déjame ser tu maestro y, a cambio, podrás vivir aquí, bajo el cobijo de un techo y el alimento digno de un hombre.

  -Menudo pago más raro, ¿No crees que si me entrenas te deberé más?

  -No. -Dijo el hombre con una satisfecha sonrisa. -En realidad me haces un favor. Créeme, tengo mis razones para considerarlo un pago, si superas bien el entrenamiento, te contaré el por qué. Pero he de advertirte de una cosa.

  -¿El qué? -Pregunté perplejo, aún asimilando todo lo sucedido.

  -Si aceptas, ya no te podrás volver atrás y te aviso de que mi entrenamiento es muy duro, no todo el mundo puede soportarlo, pero sé que tú podrás. Si te entrenas, sobrevives, si te rindes a la mitad, acabo contigo. -Prosiguió como si nada, como si ni siquiera me hubiese amenazado. -Así que, si no quieres ser entrenado, dilo ahora. Te daré el reposo necesario para que se curen tus heridas y podrás irte, pero lamento decirte que no creo que sobrevivas a la montaña si no tienes ayuda de alguien que viva en ella, por no decir que no conoces a nadie y no recuerdas como es ningún lugar, no sabrás donde tienes que ir.

  -¡No me dejas más opción!

  -Si no te dejo más opción, es por que sé que alguien como tú puede superar el entrenamiento y, con el instinto guerrero que tienes, estoy seguro de que antes eras un soldado o algo así, tal vez mi entrenamiento te ayude a recordar cosas. No sólo te entrenaré en el combate, te daré lecciones para que vuelvas a saber como es el mundo. Sólo te pido un requisito, no te rindas, pero quiero que sepas que no seré nada indulgente contigo.

  Qué cerdo pensé... ¿Pero qué otra opción tenía? Ninguna, él tenía razón, no sabía nada sobre el mundo, no sabía ni quién era yo y ni siquiera porque había llegado allí, estaba solo en un mundo desconocido y lo único que conocía era a ese viejo extraño que me había salvado la vida y, que ahora, me ofrecía una oportunidad de oro que nadie en su sano juicio estando en mi situación, rechazaría. Así que, lo haría. No sé que demonios se supone que me esperaba pero no tenía otra opción. Es el camino que he elegido y como bien dice Gabriel, cuando uno elige su camino ya no puede volverse atrás, a pesar de que me había acorralado, reconozco que el viejo me caía bien. Cuidaría de mí, me enseñaría el mundo y yo le haría compañía, porque, ¿Desde cuándo estaría solo aquel hombre? Sin duda su intento desesperado sólo era un mensaje de que la soledad era la única compañía que había tenido y que deseaba borrarla de su vista.
Estaba apunto de sentenciar el resto de mi vida, de mi destino, con un único monosílabo.

  -Sí.

  No hizo falta nada más. Gabriel asintió conocedor de que a partir de ahora, todo iba a ser distinto, sin duda debía tener un buen motivo para desear que fuese su alumno, algo que no quería contar pero que se percibía, oculto a simple vista. ¿Qué clase de persona era Gabriel que se creía capaz de convertirme en el mejor guerrero?, ¿Y por qué? Era inútil hacerse esas preguntas, debía centrarme en saber quién era y de pronto deparé en que, aunque consiguiese recuperar la memoria en medio del entrenamiento tendría que seguir hasta el final y que por eso Gabriel me dijo que no podía abandonar. Estaba atado de pies y manos, aunque intentase volver no podría porque había hecho una promesa. No sabría decir si Gabriel era un genio, pero algo se traía entre manos.

  En fin, sea lo que sea, este es el comienzo de una nueva vida.

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