Sin Crimen Ni Castigo
II
Dogs llegó al
laboratorio hecho una fiera, sólo quería olvidar el mal rato que había pasado
esta mañana, intentando hacer entrar en razón a su jefe. Debió darse cuenta de
que era imposible y también debía haberse dado por vencido hace mucho, su
puesto de trabajo había peligrado innumerables veces. Sólo en esos momentos,
Dogs se alegraba de tener unos compañeros incompetentes.
Aquello que llamaban
laboratorio ni siquiera era un laboratorio propiamente dicho, más bien se
trataba de una especie de oficina. Compartían el edificio con unos inmigrantes
ilegales que traficaban cocaína y les concedían el beneplácito de la
confidencialidad a cambio de que les pasaran un poco de mierda para librarse de
la tensión del trabajo. Por lo que su “gran laboratorio” se encontraba en un
piso de ocho plantas, en el que sólo podían usar las tres últimas. En la sexta
planta se encontraba el laboratorio forense. Hacía rato que Dogs se había ido
de la escena del crimen y el cuerpo de la víctima ya estaba en manos del doctor
Lasaña, un excéntrico carnicero que se había cansado de cortar carne en una
charcutería y se sacó la titulación de forense en la tómbola para poder cortar
carne humana. Además de psicópata, era tan necio como todos los demás. Un necio
loco. Cabe decir que a Dogs no le gustaba, pero tenía que verlo.
Al entrar en el modesto
laboratorio, en el que apenas cabían dos personas, sumando el instrumental y
los maniquís de Lasaña que, más que
para servir en sus investigaciones, los utilizaba para su extraño fetiche,
mejor no preguntarse de que se trataba, sólo digamos que Dogs se estremecía
cada vez que recordaba una mancha blancuzca en los labios de uno de los
maniquís. Vio al joven doctor con esos ojos de maníaco que tenía cada vez que
cortaba algo, dando machetazos a la carne de la víctima con una potente obra de
Wagner sonando de fondo que describía la furia de unas valkirias del mismo modo
que describía la locura de aquel hombre, que hacía oscilar su machete sobre la
carne al ritmo del compás ejecutando una siniestra y macabra danza. Si se
tratase de un pintor dibujando trazos en un lienzo en blanco, entonces, tal vez
sería bello. Lasaña intensificaba a cada golpe su danza, incluso empezó a
reírse como un maníaco ejecutando sus oscuros movimientos con aún más gracia.
Dogs tuvo que tocarle el hombro para que parase, sin embargo, el hombre siguió
durante un rato, bajando la intensidad de sus cortes con el mismo efecto con el
que uno baja el volumen de la música, puso un dedo en el aparato reproductor y
paró.
-¿Quiere algo, agente
Dogs?
A Dogs le dio
escalofríos la forma en la que respondió, totalmente educada, como si no le
hubiese visto hace unos instantes actuar como un loco en un manicomio, además,
mientras le preguntaba, se limpiaba la sangre como una asistenta se quita el
polvo después de limpiar una casa entera, como si todo aquello fuese lo más
natural del mundo.
-¿Qué tiene Lasaña?
–Preguntó tratando de aparentar normalidad.
-Pues… a parte de un
resfriado de tres pares de cojones, un BMW en el aparcamiento y un chicle en la
chaqueta, nada, ¿Por?
Dogs tuvo que
esforzarse para no darle un puñetazo en su sonrisa burlona.
-Me refería al caso,
pedazo de idiota. La víctima.
-Ahhh, claro, claro.
–Lasaña se quedó reflexionando un rato e investigó el cuerpo de nuevo como si
se hubiera olvidado de algo, luego volvió la mirada a Dogs y se encogió de
hombros. –Pues parece que está muerto.
-Las evidencias… ¡Por
amor de Dios! –Gritó Dogs a punto de perder la compostura.
-Ah, sí… Un segundo.
Lasaña hurgó en una
estantería repleta de instrumental quirúrgico, escogió unas bolsas de plástico con una etiqueta amarilla pegada que reflejaba un número, Dogs no podía creer
que Lasañana hubiese hecho algo con un mínimo de profesionalidad. El forense
dejó las bolsas en la mesa salvo la que llevaba el número uno, que se la mostró
a Dogs.
-Evidencia número uno.
Esta es mi favorita. –Proclamó con entusiasmo. –La verdad es que el uno me
salió muy bien ¿Ve como no hay ningún rayajo, qué está perfectamente dibujado,
con una perfecta simetría? Me da vergüenza admitirlo, pero creo que es una obra
de arte.
-¿Me disculpas un
momento Lasaña? Voy a por un café. –Le interrumpió Dogs antes de estallar en
erupción cual volcán. Realmente, debía ir por ese café si no quería acabar
matando a Lasaña. Subió a la última planta, introdujo una moneda en la máquina
y le sirvió el ardiente brebaje en el vaso tras esto, fue de vuelta con Lasaña.
Al volver contempló decepcionado que seguía observando la bolsa con el número
uno, besándola como si fuese su hijo después de ganar un concurso. Tal vez
cuando estuviera solo, le haría a esa bolsa algo parecido a lo que hacía con
sus maniquís. Dogs no quería saberlo, era demasiado espeluznante hasta para
imaginarlo.
Bebió un sorbo de su
café. ¡Dios sabía a rayos!
-¡Dios!, ¡Esta mierda
parece agua de fregar! –Dijo Dogs enojado lanzando el vaso con el resto del
contenido a al contenedor de basura.
-No parece agua de
fregar, es agua de fregar, ¿Pero tú te crees que tenemos dinero para pagar café
de verdad? –Le reprochó Lasaña en el mismo tono que se reprocha a un niño que
ha hecho algo malo y que no se ha dado cuenta del mal que ha cometido. Por
supuesto, Dogs se enfado aún más. Las arterias de su sien calva, parecían a
punto de estallar en cualquier momento.
-¿Quién era nuestra
víctima Lasaña?
-Una persona.
-¡Digo que como se
llamaba, idiota!
-¡Sin insultar hombre!,
tómate una tila o algo… -Le contestó Lasaña en un tono que intento ser lo más
apaciguador posible. –No sé cómo se llamaba hombre, no se lo he preguntado, ¿No
ves que está muerto?
Dogs hizo oídos sordos
de la última contestación y se acercó al muerto, sin guantes, para evitar más
reproches por el día de hoy. Había decidido que a partir de ahora aceptaría las
locuras de sus compañeros, ya que era el único modo de no volverse loco el
también. Sacó del bolsillo de la chaqueta de la víctima una cartera negra,
dentro estaba su identificación. Isaac Petrov y su respectiva foto.
-Ese no es su nombre.
–Dijo Lasaña al ver la foto. –El jefe dijo que era un tal Robert Stillson.
-¿No decías que no
sabías quién era la víctima? –Preguntó Dogs en tono desdeñoso.
-Me acabo de acordar…
-Se disculpó Lasaña pasándose la mano derecha por la cabeza.
-Robert era el hombre
que estaba junto a la víctima cuando llegamos. ¿Entonces me estás diciendo, que
el asesino es la víctima y la víctima el asesino?
Lasaña se encogió de
hombros.
-¿Has hecho una prueba
de sangre?
-Claro.
-¿Cuál fue el
resultado?
-Bien. La sangre era
roja y abundante, además, cuando la deje un rato al sol se solidificó.
-No sabía que podías
usar términos como solidificar. –Se río Dogs.
-Hombre, que a uno no
le han regalado el título de forense… bueno en realidad sí. –Comentó con una
risotada. ¿Algo más?
-Sí, ¿Qué te dicen los
huesos?
-Son blancos, por lo
que diría que el hombre no es de raza negra.
-¿En qué te basas para
decir eso? –Preguntó Dogs perplejo.
-Hombre, los negros no
tienen los huesos blancos. –Respondió como si fuese lo más elemental del mundo.
Ahí estaba, la razón
por la que Dogs jamás sería capaz de disimular ser como los demás, eran
demasiado idiotas, pero debía intentarlo para dejar de llevarse tantos
reproche. Luego en casa podría dar un puñetazo contra la pared, romper un par
de platos y salir al balcón y gritar. La vida con esta gente, era más absurda que
una película de Almodóvar. Tal vez le darían un Óscar por la mejor actuación,
pero sin duda no podía evitar que las situaciones fuesen absurdas y aburridas.
-Bueno Lasaña, creo que
esto es todo, habrá que analizar más pruebas antes de llegar a una conclusión.
–A la que jamás llegarían se dijo al mismo tiempo. –Voy a ver si puedo beber un
café de verdad.
-Ha sido un placer
hacer negocios con usted Dogs, que le sea leve. –En su rostro se dibujaba de
nuevo esa sonrisa maníaca, pulsó nuevamente el play siguió ejecutando su
interrumpida danza como si nada hubiera pasado.
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