sábado, 24 de septiembre de 2011

Sin Crimen Ni Castigo II


Sin Crimen Ni Castigo II

Dogs llegó al laboratorio hecho una fiera, sólo quería olvidar el mal rato que había pasado esta mañana, intentando hacer entrar en razón a su jefe. Debió darse cuenta de que era imposible y también debía haberse dado por vencido hace mucho, su puesto de trabajo había peligrado innumerables veces. Sólo en esos momentos, Dogs se alegraba de tener unos compañeros incompetentes.
Aquello que llamaban laboratorio ni siquiera era un laboratorio propiamente dicho, más bien se trataba de una especie de oficina. Compartían el edificio con unos inmigrantes ilegales que traficaban cocaína y les concedían el beneplácito de la confidencialidad a cambio de que les pasaran un poco de mierda para librarse de la tensión del trabajo. Por lo que su “gran laboratorio” se encontraba en un piso de ocho plantas, en el que sólo podían usar las tres últimas. En la sexta planta se encontraba el laboratorio forense. Hacía rato que Dogs se había ido de la escena del crimen y el cuerpo de la víctima ya estaba en manos del doctor Lasaña, un excéntrico carnicero que se había cansado de cortar carne en una charcutería y se sacó la titulación de forense en la tómbola para poder cortar carne humana. Además de psicópata, era tan necio como todos los demás. Un necio loco. Cabe decir que a Dogs no le gustaba, pero tenía que verlo.
Al entrar en el modesto laboratorio, en el que apenas cabían dos personas, sumando el instrumental y los maniquís de Lasaña que, más que para servir en sus investigaciones, los utilizaba para su extraño fetiche, mejor no preguntarse de que se trataba, sólo digamos que Dogs se estremecía cada vez que recordaba una mancha blancuzca en los labios de uno de los maniquís. Vio al joven doctor con esos ojos de maníaco que tenía cada vez que cortaba algo, dando machetazos a la carne de la víctima con una potente obra de Wagner sonando de fondo que describía la furia de unas valkirias del mismo modo que describía la locura de aquel hombre, que hacía oscilar su machete sobre la carne al ritmo del compás ejecutando una siniestra y macabra danza. Si se tratase de un pintor dibujando trazos en un lienzo en blanco, entonces, tal vez sería bello. Lasaña intensificaba a cada golpe su danza, incluso empezó a reírse como un maníaco ejecutando sus oscuros movimientos con aún más gracia. Dogs tuvo que tocarle el hombro para que parase, sin embargo, el hombre siguió durante un rato, bajando la intensidad de sus cortes con el mismo efecto con el que uno baja el volumen de la música, puso un dedo en el aparato reproductor y paró.
-¿Quiere algo, agente Dogs?
A Dogs le dio escalofríos la forma en la que respondió, totalmente educada, como si no le hubiese visto hace unos instantes actuar como un loco en un manicomio, además, mientras le preguntaba, se limpiaba la sangre como una asistenta se quita el polvo después de limpiar una casa entera, como si todo aquello fuese lo más natural del mundo.
-¿Qué tiene Lasaña? –Preguntó tratando de aparentar normalidad.
-Pues… a parte de un resfriado de tres pares de cojones, un BMW en el aparcamiento y un chicle en la chaqueta, nada, ¿Por?
Dogs tuvo que esforzarse para no darle un puñetazo en su sonrisa burlona.
-Me refería al caso, pedazo de idiota. La víctima.
-Ahhh, claro, claro. –Lasaña se quedó reflexionando un rato e investigó el cuerpo de nuevo como si se hubiera olvidado de algo, luego volvió la mirada a Dogs y se encogió de hombros. –Pues parece que está muerto.
-Las evidencias… ¡Por amor de Dios! –Gritó Dogs a punto de perder la compostura.
-Ah, sí… Un segundo.
Lasaña hurgó en una estantería repleta de instrumental quirúrgico, escogió unas bolsas de plástico con una etiqueta amarilla pegada que reflejaba un número, Dogs no podía creer que Lasañana hubiese hecho algo con un mínimo de profesionalidad. El forense dejó las bolsas en la mesa salvo la que llevaba el número uno, que se la mostró a Dogs.
-Evidencia número uno. Esta es mi favorita. –Proclamó con entusiasmo. –La verdad es que el uno me salió muy bien ¿Ve como no hay ningún rayajo, qué está perfectamente dibujado, con una perfecta simetría? Me da vergüenza admitirlo, pero creo que es una obra de arte.
-¿Me disculpas un momento Lasaña? Voy a por un café. –Le interrumpió Dogs antes de estallar en erupción cual volcán. Realmente, debía ir por ese café si no quería acabar matando a Lasaña. Subió a la última planta, introdujo una moneda en la máquina y le sirvió el ardiente brebaje en el vaso tras esto, fue de vuelta con Lasaña. Al volver contempló decepcionado que seguía observando la bolsa con el número uno, besándola como si fuese su hijo después de ganar un concurso. Tal vez cuando estuviera solo, le haría a esa bolsa algo parecido a lo que hacía con sus maniquís. Dogs no quería saberlo, era demasiado espeluznante hasta para imaginarlo.
Bebió un sorbo de su café. ¡Dios sabía a rayos!
-¡Dios!, ¡Esta mierda parece agua de fregar! –Dijo Dogs enojado lanzando el vaso con el resto del contenido a al contenedor de basura.
-No parece agua de fregar, es agua de fregar, ¿Pero tú te crees que tenemos dinero para pagar café de verdad? –Le reprochó Lasaña en el mismo tono que se reprocha a un niño que ha hecho algo malo y que no se ha dado cuenta del mal que ha cometido. Por supuesto, Dogs se enfado aún más. Las arterias de su sien calva, parecían a punto de estallar en cualquier momento.
-¿Quién era nuestra víctima Lasaña?
-Una persona.
-¡Digo que como se llamaba, idiota!
-¡Sin insultar hombre!, tómate una tila o algo… -Le contestó Lasaña en un tono que intento ser lo más apaciguador posible. –No sé cómo se llamaba hombre, no se lo he preguntado, ¿No ves que está muerto?
Dogs hizo oídos sordos de la última contestación y se acercó al muerto, sin guantes, para evitar más reproches por el día de hoy. Había decidido que a partir de ahora aceptaría las locuras de sus compañeros, ya que era el único modo de no volverse loco el también. Sacó del bolsillo de la chaqueta de la víctima una cartera negra, dentro estaba su identificación. Isaac Petrov y su respectiva foto.
-Ese no es su nombre. –Dijo Lasaña al ver la foto. –El jefe dijo que era un tal Robert Stillson.
-¿No decías que no sabías quién era la víctima? –Preguntó Dogs en tono desdeñoso.
-Me acabo de acordar… -Se disculpó Lasaña pasándose la mano derecha por la cabeza.
-Robert era el hombre que estaba junto a la víctima cuando llegamos. ¿Entonces me estás diciendo, que el asesino es la víctima y la víctima el asesino?
Lasaña se encogió de hombros.
-¿Has hecho una prueba de sangre?
-Claro.
-¿Cuál fue el resultado?
-Bien. La sangre era roja y abundante, además, cuando la deje un rato al sol se solidificó.
-No sabía que podías usar términos como solidificar. –Se río Dogs.
-Hombre, que a uno no le han regalado el título de forense… bueno en realidad sí. –Comentó con una risotada. ¿Algo más?
-Sí, ¿Qué te dicen los huesos?
-Son blancos, por lo que diría que el hombre no es de raza negra.
-¿En qué te basas para decir eso? –Preguntó Dogs perplejo.
-Hombre, los negros no tienen los huesos blancos. –Respondió como si fuese lo más elemental del mundo.
Ahí estaba, la razón por la que Dogs jamás sería capaz de disimular ser como los demás, eran demasiado idiotas, pero debía intentarlo para dejar de llevarse tantos reproche. Luego en casa podría dar un puñetazo contra la pared, romper un par de platos y salir al balcón y gritar. La vida con esta gente, era más absurda que una película de Almodóvar. Tal vez le darían un Óscar por la mejor actuación, pero sin duda no podía evitar que las situaciones fuesen absurdas y aburridas.
-Bueno Lasaña, creo que esto es todo, habrá que analizar más pruebas antes de llegar a una conclusión. –A la que jamás llegarían se dijo al mismo tiempo. –Voy a ver si puedo beber un café de verdad.
-Ha sido un placer hacer negocios con usted Dogs, que le sea leve. –En su rostro se dibujaba de nuevo esa sonrisa maníaca, pulsó nuevamente el play siguió ejecutando su interrumpida danza como si nada hubiera pasado.

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