miércoles, 7 de septiembre de 2011

Saga Nuevo Mundo

Hola seguidores del blog, lamento haberos esperar, pero va a merecer la pena. Mi ausencia se debe a que estaba pensando en como seguir con el blog, ya que finalmente, me estoy dedicando de pleno a escribir.

Estoy en proyecto de una novela y bueno, eso me absorbe bastante y me preguntaba que seguir poniendo en el blog. A parte de intentar retomar las Dark Chronicles he pensado en esta saga, si la leéis pronto descubriréis de que va. Aquí va mi primer capítulo, espero que os guste.

Nuevo Mundo

1

  ¿Alguna vez os habéis levantado con ese inocente deseo de que se acabe el mundo?, ¿Esa amarga sensación de que tu vida no tiene sentido y que deseas que todo lo de tu alrededor se pudra? Nathan se levantó con esos pensamientos en mente que, inocentemente, todos hemos tenido alguna vez. Suelen desaparecer al momento, te tomas un par de copas con los compañeros del trabajo, sales de fiesta con tus amigos y al regreso haces el amor con tu ligue de una noche. ¿A quién no le ha pasado eso?

  Esos pensamientos no es más que una forma olvidar una mala noche, una discusión tu pareja, una pelea con tus amigos, o, simplemente, que nada en tu día ha salido como lo planeaste. Nathan se había peleado con Amanda, su mujer. Por nada importante, lo típico de siempre, que si el futuro de sus hijos, que a ver cuando conseguía ese ascenso del que llevaba hablando meses... Nathan se puso tan nervioso que, sin darse cuenta de ello, su manó abofeteó severamente le cara de Amanda. Había pasado un año desde aquello y siempre que se acordaba de aquella noche le perseguía aquella amarga sensación de desear que el mundo se fuera al garete.

  Nathan contempló su rostro ojeroso en el espejo, se quitó las legañas e hizo un par de pasadas con el cepillo para que pareciese que su enmarañado pelo castaño no estaba tan enmarañado como aparentaba. Tras un largo bostezo que parecía interminable, Nathan se limpió la cara perezosamente, contempló sus ojos marrones y decidió que ya era hora de irse.

  Debía ir a al aeropuerto a llevarse a los críos. No le hacía mucha gracia, pero confiaba en que la compañía de sus hijos le aliviase el infierno que vivía desde su separación con Amanda, además, desde que se separaron no los había vuelto a ver, ya que se los llevó con ella Boston y Nathan se quedó en Los Ángeles. Se preguntó como estaría ella después de todo un año. Se la imaginó igual y de pronto, empezó a preocuparle que ella le viese demasiado cambiado, ojeroso, flacucho y con la llama de sus ojos apagada, barba de tres días, sin trabajo...

  Nathan miró con añoranza la alianza en el anular de la mano izquierda, tras un suspiro subió al coche apoyando el café que había comprado en el Starbucks de enfrente de su casa en el posavasos del coche y tras el arranque, condujo en dirección al aeropuerto, trató de pensar alguna trivialidad por el camino, pero tenía la mente en blanco, cautiva por su infierno personal. Con un rápido gesto, inició su reproductor para poner en marcha la magia de Carlos Santana, notas desgarradoras para un corazón desgarrado. Muy ideal.

  Después de aparcar el coche, se dirigió a la puerta de embarque del aeropuerto, el avión de Bostón acababa de llegar ¡Justo a tiempo!, para fortuna de Nathan. Vio salir de la puerta de embarque a un par de niños, ¡Qué crecidos estaban ya! Justo detrás salió una voluptuosa figura de cabellos largos y rizados de un intenso dorado. Nathan estaba seguro que al acercarse tendría el mismo aroma a jazmín. Llevaba una sencilla blusa blanca ligeramente transparente, su guardapelo adornado por una flor plateada y una falda hasta las rodillas de color naranja. Sus ojos esmeraldas tardaron en encontrarse con los suyos, parecía asustada de encontrarse con un monstruo ¿Qué monstruo iban a ver en un hombre ojeroso y de aspecto abatido? Llevaba una camisa blanca que le quedaba ligeramente corta, amarillenta a causa de un mal uso de la lavadora y unos vaqueros con rotos en la rodilla que no eran causa de un último grito en la moda, sino de un excesivo uso y por último, una tímida sonrisa con la que trataba inútilmente de aparentar su humillación personal.

  Los niños fueron los primeros en ir hacia su padre, comenzaron a correr y saltaron a sus brazos. Por poco le arrollan, aunque se sintió aliviado de sentir algo de cariño después de tanto tiempo. El pequeño Hans había heredado la tez y los ojos oscuros de su padre, de un marrón intenso y el pelo moreno. En cambio, Sarah tenía la tez blanca y pura de su madre, salvo el pelo, que era moreno también, pero tenía los ojos verdes de Amanda. Nathan comprobó con satisfacción y algo de preocupación, que se estaba volviendo una muchacha muy hermosa, incluso ya había comenzado a desarrollar incipientes senos, con sólo 11 años, Hans era tan sólo un año menor. Como todos los críos de todas esas edades, se tiraban medio día peleándose y otro medio jugando juntos. Que suerte tenían de no tener preocupaciones.

  -¿Qué tal os va?, os he echado de menos. -Dijo Nathan sonriendo por vez primera en mucho tiempo.

  -Bien. Aunque la vida en Boston es aburrida. -Contestó Sarah, siempre Sarah. Hans era, si es que eso podía ser posible, aún más tímido que su padre, sólo cuando jugaban juntos se mostraba tal y como era, pero ahora parecía un tanto confuso, como si en lugar de su padre fuese un extraño. A Nathan no le extrañó que se sintiera así.

  Tras un largo rato del interrogatorio típico que hace un padre a sus hijos después de un año sin verles, Amanda por fin se acercó con mucha cautela, aunque de un modo no tan furtivo como parecía, en su hermoso rostro había dibujada una extraña sensación que Nathan no era capaz de identificar, pero no parecía asustada. Andaba ligeramente cabizbaja, como si le diese vergüenza estar allí.

  -Les has echado de menos, ¿Verdad? -Dijo con la voz entrecortada. Nathan no supo que responder, sentía vergüenza al mirarla, sentía vergüenza al acordarse de aquella noche en la que la pegó, aquella noche él fue el demonio que arrancó las alas a su ángel salvador.

  -Siento haberte separado de ellos. -Prosiguió. -Me han ofrecido un puesto importante en la rueda de prensa de Los Ángeles, voy a ser la coproductora de un programa de la tele.

  Nathan intentaba no escuchar, seguía esquivando su mirada, seguía rememorando aquella noche. Abrazó a sus dos hijos con la esperanza de que ese momento no pasara.

  -... eso significa que ahora viviré en Los Ángeles y ... -Tras una breve pausa, observó como Nathan seguía temeroso de mirarla, no pudo evitar irritarse. -¡Quieres mirarme a los ojos por lo menos!, ¡Escúchame maldita sea!

  Los niños se apartaron como una exhalación de los brazos de su padre y se alejaron un tanto del lugar, como si temiesen que en cualquier momento saliera un demonio en llamas del cuerpo de su madre. Por fin Nathan miró a los ojos a Amanda, su expresión se dulcificó, hasta tal punto que parecía que el arrebato de hace un momento no había tenido lugar, sus verdes ojos parecían los de un corderito, o como los ojos que miran a un perro cuando hacen bien lo que se les ordenan y están a punto de premiarles y luego se les acaricia el lomo y se les dice "buen chico".

  -Nathan, volvamos juntos. -Aquellas palabras atravesaron de lleno su corazón y le devolvieron de nuevo a la vida, sus pulsaciones parecían un coche de fórmula uno a toda velocidad. Se quedó escuchando el resto de lo que estaba diciendo con gran esfuerzo, aún asimilando la noticia.

  -Me pasé de rosca Nathan, te presioné demasiado, tú eres un buen hombre y he sido muy egoísta contigo. En el fondo me merecía esa bofetada, Nathan, la merecía... Siento haberte echo tanto daño, pero ahora que voy a tener un puesto importante en la ciudad, he pensado que podríamos empezar de nuevo, ya sabes, desde cero.

  Había tantas cosas que Nathan quería decir, había tantas cosas y tantos motivos por los que deseaba volver, ya que él, más que nada en el mundo quería regresar con su familia, y cuando pensaba que jamás volvería ser feliz, le estaban dando en bandeja la felicidad. Con su currículo no sería difícil conseguir un nuevo trabajo, incluso tal vez podría volver a su antigua empresa, al fin y al cabo, el Marketing era un mundo muy extenso lleno de oportunidades y había vuelto su única inspiración.

  Nathan por fin miró directamente a los ojos, con una expresión llena de decisión.

  -Desde aquél día, no hecho más que pensar en ti, en vosotros. Perdí mi trabajo, debo meses de alquiler... no será nada fácil vivir conmigo... incluso llegué a perder el apetito. -Agarró con firmeza la mano de Amanda y la miró al rostro con aquella mirada que hablaba por sí misma. Jamás rompería aquello que estaba apunto de decir.

  -Jamás tuve que haberte puesto la mano encima, sé que perdí el control, que no sabía lo que hacía, pero no es excusa... tenemos hijos y somos felices y rompí eso con violencia, que sólo genera más violencia, podría haberlo hablado contigo, pero lo que importa es que ahora estamos juntos. -Amanda se echó encima suya llorando.

  -¡Oh, Nathan!, lo siento mucho.

  Después hubo una larga parafernalia de "Lo siento", "No volverá a pasar", se abrazaron, se besaron intensamente, esa noche harían el amor, porque volverían a ser felices, volverían a estar juntos. Un año separados sólo por un mal entendido. Ambos se sentían estúpidos al haber reaccionado de ese modo. Los niños no paraban de mirar la escena con cierta repugnancia, ya sabéis que los niños no soportan mucho estas muestras de afecto y las encuentran "cursis".

  -¡Maldición! -Exclamó de pronto Amanda.

  -¿Qué pasa?

  -¡Me he dejado la maleta en la puerta de embarque! -Nathan la agarró y la miró un instante, como indicando que jamás la perdería de nuevo por una estupidez, y por todos los dioses que no se permitiría de nuevo hacer una estupidez.

  -Voy a por ella yo, no te preocupes, ¿Es la maleta con dibujos de amapolas?

  -Sí, sigue siendo la misma, me sorprende que la recuerdes.

  -¡Era demasiado cursi como para olvidarla! -Comentó Nathan con un guiño, a pesar de la situación a Amanda le pareció gracioso su comentario y logró contenerse un poco.

  -Ahora vuelvo, no os mováis.

  Nathan fue con paso apresurado hacia la puerta de embarque. Estaban en América, no importaba que la maleta fuese tuviese un furioso dragón como si tenía dibujado a Bob Esponja. Si no te dabas prisa en recuperar un objeto , podías darlo por perdido.

  Nathan se cruzó con unos hombres de bata blanca cerca de la puerta de embarque, por poco no se choca con ellos, parecían llevar mucha prisa. Andaban mirando hacia todos lados, como si temiesen que alguien les reconociera. Nathan estaba seguro de que correrían con tan sólo decirles "hola", se les veía muy nerviosos. Llevaban un maletín consigo con el símbolo de peligro biológico. Tal vez no era nada, tan sólo una chorrada, pero a Nathan le pareció un detalle algo desconcertante, se olvidó de ellos. Por fin llegó a la dichosa maleta, que estaba siendo revisada por un guarda de seguridad, el hombre se giró como por instinto, le miró con un gesto serio.

  -¿Es suya? -Preguntó sin preámbulos.

  -De mi mujer, gracias por cuidarla. Temía que la cogiese algún indeseado.

  -Tenga más cuidado la próxima vez. -Advirtió el guardia con frialdad.

  -Qué simpático... -Murmuró Nathan para sí ante la desagradable reacción del guardia.

  Antes de agarrar la maleta, hubo una especie de pequeño temblor. La mano de Nathan tembló un poco antes de intentar agarrar la maleta, pero volvió el estruendo, esta vez. El suelo se movía con violencia y vio con mirada atónita como el techo se resquebrajaba dejando caer algunos peñascos.

  -¡Un terremoto en Los Ángeles! -Exclamó sin darse cuenta de que hablaba solo.

  De pronto se acordó de Amanda y los niños.

  -¡Mierda! -Soltó la maleta  y salió disparado como una exhalación, sin embargo, comprobó desesperado que el camino por el que había ido ya estaba tapiado por los escombros y no podía permitirse el lujo de quedarse apartando escombros y, por si fuera poco, la fuerza del seísmo parecía aumentar gradualmente. El suelo bajo sus pies comenzó a abrirse, tuvo que dar un salto precipitado hacia atrás para no ser engullido por el enorme agujero que se había formado en unos escasos segundos. Nathan trató de evitar el shock, trató de no quedarse adobado como el resto de personas que hicieron lo mismo y fueron tragados por el enorme boquete. Tenía que sobrevivir, porque tenía algo que proteger, era sencillo. De alguna forma milagrosa, logró sobreponer el pensamiento de su familia ante sus ojos, evitó el pensar que el caos acabaría con él, que eso no era posible en una ciudad como Los Ángeles. "Soy inmortal, jodidamente inmortal".


 Deseó ser verdaderamente inmortal... ¿Y ahora como salvaba a su familia? En apenas unos segundos la puerta de embarque estaba totalmente distinta, la mano del diablo había pasado por allí para decorarlo a su macabro gusto. Nathan no estaba muy seguro de por donde debía ir. De pronto se abrió una grieta, vio que cerca estaba el guardia de seguridad con los ojos casi salidos de la órbita. Había perdido la cordura. Nathan comenzó a preguntarse como era capaz de mantenerla él. La gente de alrededor se miraba de hito en hito, con ojos incrédulos como si alguno de ellos fuese capaz de dar una respuesta razonable, y luego dirigían sus asustadas miradas al cielo rojo, de tinte carmesí y nubes y polvo agitándose entre ellas en una batalla sin fin. Parecía la propia escena bíblica del apocalípsis, sólo que faltaban los temidos jinetes.

  Nathan salió por el boquete, la pista de aterrizaje era un enorme campo yermo plagado de profundos hoyos, con el suelo temblando sería imposible pasar por allí, ya que cada segundo el suelo se iba abriendo más y más. Nathan saltó hábilmente a un saliente que se estaba quedando estático, muchas personas trataron de imitar su hazaña, pero muchos no conseguían llegar, o sólo se agarraban y como nadie tenía el valor suficiente como para ayudar al prójimo, caían al vació junto con los que no lograban llegar al saliente.

  Nathan saltaba de saliente en saliente, de bloque de hormigón en bloque de hormigón. Midiendo cada salto al milímetro, hasta que por fin logró llegar a un lugar de "tierra firme", la carretera escarpada e irregular, levantada. Tenía que darse prisa, el suelo se seguía abriendo. Se dio cuenta desesperado de que no podía siquiera tener un respiro para buscar a su familia. En su mente ya empezaba a imaginarse a Amanda muerta, encima del cuerpo de los niños, su frustración ya había alcanzado casi el estado máximo, poco le importaba ya si uno de esos malditos hoyos le tragaba. De pronto, cuando las primeras lágrimas de desesperanza caían por sus mejillas, vio una figura conocida con dos niños en cogidos por las manos, un chico y una chica, una mujer rubia con el pelo ondulado y de gesto preocupado. ¡Amanda!

  Iba a gritar su nombre, a salir corriendo hacía ella y abrazarla y besarla, pero cayó al suelo con un grito ahogado, lo único que sintió fue un golpe seco en la nuca. Algo o alguien la había golpeado, sólo pudo contemplar bajo la oscura neblina que oscurecía su visión, que la mujer seguía el camino sin fijarse en él. Estaba perdido en la oscuridad. Todo cesó.

Continuara...

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