miércoles, 1 de septiembre de 2010

El Preludio

En aquel momento no pude sentir nada, solamente la fría sensación de estar rodeado por un profundo vacío sobrecogedor, trataba de aferrarme torpemente a los tablones de madera dispuestos para mi suerte en aquel infecto agujero. Frenaban mi caída, pero no era suficiente y desviaban mi camino hacía la dura roca, sentí como varios de mis huesos quebraban, no obstante estaba tan sumamente aterrado de miedo que no podía ni sentir dolor, la adrenalina fluyendo como sangre por mis venas apaciguaba toda sensación.

Debido a la falta de sangre, o tal vez la presión del aire viciado o los constantes golpes que al mismo tiempo que frenaban mi caída la hacían más dolorosa, en mis ojos apareció una neblina blanca y repentinamente me encontré con mucho sueño, hasta que finalmente mis ojos se cerraron y perdí la consciencia.

En ese instante apareció una nueva luz, era muy cálida y me ofreció su mano, era muy reconfortante, me hizo sentir muy feliz, como nunca jamás me había sentido, lleno de vida y sin preocupaciones. Escuché una voz muy leve que me susurraba con ternura "ven, ven y te libraré de todo tu dolor e incertidumbre". Hipnotizado por su esplendor y su oferta, me incliné hacia esa voz como perro que acude a su amo. Repentinamente la luz y el calor que me rodeaban se congelaron de una forma instantánea, sin apenas darme tiempo a reaccionar, apareció una fuerza invisible de donde provenía la voz que anteriormente era dulce y alentadora. La fuerza me arrastraba como un torbellino y la voz ahora siniestra gritaba por probar mi alma.

Por más que lo intentaba no podía escabullirme, cuanta más resistencia oponía a esa fuerza malévola, más sentía sus garras sedientas de mi alma, comencé a chillar por mi ser, quería evitar mi trágico final como fuese, pero en el fondo sabía que no había escapatoria, estaba perdido.

Cuando creía que jamás volvería a ver la luz de sol, apareció de nuevo la voz cálida y me llevó entre sus brazos, no estaba seguro de que había pasado, pero noté un desesperado gritó de la fuerza oscura que me estremeció, bramando por mi alma, creo que trató de perseguirnos pero su fuerza se desvanecía al acercarse a la fuerza cálida. La voz me susurró que todavía no era la hora y que me quedaba mucho por hacer.

Regresé, poco a poco comencé a ver formas y colores de nuevo y la niebla de mis ojos se disipaba a una velocidad de vértigo, sin embargo la adrenalina dejó de hacer su efecto calmante y noté un intenso dolor en muchas partes del cuerpo. Al enfocar el miedo volvió a subir por mi cuerpo como una rápida culebra, pues me encontraba en un paraje desconocido lleno de nieve y hacía un frío que hasta helaba el pensamiento. Traté de recordar como había llegado hasta allí, pero fue inútil. Mi desesperación fue a más cuando comprobé que ni siquiera podía recordar mi propio nombre ¿Por qué razón estaba herido y solo en un paraje helado y sin abrigo? Mis recuerdos eran vagos fragmentos borrosos y empañados por el vapor de una laguna que de ningún modo era capaz de disipar.

En primer lugar traté de recobrar el sentido de la consciencia, respiré profundo con muchas dificultades, me dolía hasta el simple movimiento de mis pulmones y mi diafragma. Evalué mis heridas cuidadosamente, debido a mis fallos de memoria no estaba muy seguro de que tenía y que podía significar, pero me dí cuenta de que estaba muy grave y que tal vez no saldría de esa situación. Los nervios me atacaron nuevamente y los combatí como buenamente pude, no era un buen momento para los nervios, debía conservar la calma.

Mi brazo derecho estaba fuera de sitio, tenia dos costillas del lateral izquierdo también rotas, aparentemente las piernas estaban bien, aunque para mi desgracia el tobillo derecho se veía muy desviado en comparación con el izquierdo.

Con la ayuda de un pequeño trozo de madera que mordí con la boca, puse dolorosamente mi brazo en su sitio, la sensación fue indescriptible, sólo puedo decir que rompí el trozo que puse como ayuda y mi gritó resonó en toda la zona. Con el brazo colocado el problema era mantenerlo estable para que no se descolocará de nuevo. Por suerte al lado suyo había una espada medio enterrada por la nieve. Con un tremendo esfuerzo conseguí acercarla con las yemas de mis dedos.

Fue el apoyo perfecto para ponerme en pie, lo hice muy lentamente, soportando un dolor fulgurante, tan intenso que pensé que mi cabeza estallaría, varias veces estuve a punto de rendirme por el dolor, pero me aferré a la idea de que si no conseguía ponerme en pie y arreglar mis ideas moriría sin remedio. Tras un esfuerzo sobre humano, me apoyé con mi hombro izquierdo en la pared y arranque un cacho de tela de mis raídos ropajes, en ese instante me dí cuenta de una nueva herida, no se si no había reparado o era tan grabe que mi cerebro hizo caso omiso sin darme cuenta: tenía un enorme trozo de madera atravesando mi abdomen.

Pero ya me ocuparía de ella más tarde, con la tela suficiente y atravesando nuevamente un dolor intensamente indescriptible, conseguí milagrosamente mantener mi brazo herido firme, luego corté la tabla de madera de mi abdomen cuidadosamente, pues mi instinto me decía que no debía arrancarla, y falto de memoria no me quedaba otra cosa, seguramente quitar el trozo de madera de mi cuerpo significaría desangrarse y eso hubiese sido mi muerte.

No me quedó mas remedio que quedarme medio desnudo para cerrar todas mis hemorragias, a pesar del frío, era mejor que morir helado, tal vez curado tendría alguna posibilidad, aunque francamente no tenía muchas esperanzas en aquel momento.

Ante mí veía un bello paisaje forjado de brillante nieve que relucía ante los cobrizos rayos de sol del atardecer, bajo un tímido cielo rojizo que poco a poco se vestía de azul, sin embargo era información que recibían mis ojos, en mi mente veía un sendero oscuro e inseguro que no sabía a donde podía conducir, pero sólo podía saberlo si me embarcaba a él.

Tenía mucho miedo y muchas dudas, ni siquiera sabía quién era yo y que hacía allí, sólo que podía seguir caminando hacia adelante y no volver a mirar atrás.

Apoyándome en mi espada, me embarqué con paso lento y entorpecido, jadeando a cada paso, hasta tal vez ser salvado.

Al menos me tranquilicé al ver salir al sol con todo su esplendor, sus fuertes y radiantes rayos de vida, me llenaron de esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario